Descubrí a Jordi Ledesma Álvarez cuando publicó su primera novela,
“Narcolepsia” (Al revés, 2012), una novela sobre el ascenso criminal y
descenso personal de un traficante de
clase media, que me maravilló por su estilo y su veracidad, que me llevó a
contactarle antes de escribir la reseña, para ver si era autobiográfica.
Ese mismo año fue nominada al premio Memorial Silverio Cañada de la
Semana Negra De Gijón, y como en el último momento, su presentadora se puso
enferma, me pidieron que lo presentara a él y a Claudio Cerdán.
Lo recuerdo con mucho cariño, porque fue mi debut en Gijón.
Por eso, me hace tanta ilusión
que su tercera novela, Lo que nos queda de la muerte, esté teniendo el éxito y
la repercusión mediática que Jordi merece, resultando premiada por los lectores
de la Asociación Novelpol y la crítica de la Universidad de Salamanca, además
de ser aspirante al premio de Valencia Negra.
Y todavía más, que hoy tengamos el placer de tenerlo con nosotros para
presentarla.
Jordi Ledesma Álvarez nació en Tarragona en 1979, y estudió en la escuela de artes y oficios de
su ciudad natal.
Desde niño. Siempre me atrajo contar historias. Aunque no fue hasta mi
primera novela cuando, creo, que lo hice con un imaginario de lecturas que me
permitió tener un criterio mínimo.
Tras autoeditarse el Poemario “Agua de Mayo” (2003) debuta en el género
negro con Narcolepsia (2012) publicada en México como Narcosis (2014).
¿Qué atrajo al poeta al lado oscuro de la prosa?
El poemario fue una experiencia
bonita. Que te lean siempre lo es. Fue la compilación de una serie de poemas
que había escrito de adolescente y
reescrito con algo de madurez. Aunque están muy lejos de ser poesía de calidad.
El título de poeta me viene grande. Por otro lado siempre he mantenido un
idilio con el mundo criminal y las páginas de sucesos. Me interesan mucho los
porqués y las motivaciones personales, las consecuencias, y la mirada desde
todos los lados. Me interesa saber hasta dónde llega el reparto de la culpa. La
poesía es compatible con todo en la vida. Y un ejercicio de sensibilidad
necesario.
En 2015, reincide en el crimen con El diablo en cada esquina, una
tarantiniana novela de personajes, y en noviembre publicó Lo que nos queda de
la muerte.
¿Qué se siente al haber escrito la novela negra más
premiada del año?
La sensación es muy buena. Pero no
quiero que nada me haga perder la percepción de que sigo en fase de
aprendizaje. Al fin y al cabo solo son tres novelas. El reconocimiento siempre
es positivo, y después de ganar dinero es lo mejor que le puede pasar a un
artista. Pero también te expone y te obliga. Es un pequeño logro que espero que
me ayude a ser más visible y aumentar el número de lectores, que de momento es
pequeño.
Si tuviera que definir Lo que nos queda de la muerte, diría que es el
retrato evocador de un verano de los 90 en un pueblo de la costa catalana.
¿Cómo se gestó este poético estudio sociológico? ¿Y por
qué se sitúa entonces, y por qué en ese lugar?
La historia y la idea que la
desencadena nace de un relato en el que planteo esos años con una voz parecida
a la que narra el texto. Eso se mezcló con la intención de crear un mundo
propio para albergar la trama. Desarrollarla en un lugar y un tiempo que
conociera bien me ayudó a visualizar ese mundo y recrear con precisión el
contexto social y los conflictos que muestra.
¿Es un homenaje a todos los que migraron a Cataluña
durante el franquismo
Es
un homenaje a toda la humanidad que se desplaza por salir de un yugo y por no
pasar hambre, y por mejorar.
La
historia se explica desde un contexto localista, pero creo que todos los temas
que aborda son bastante universales y reconocibles en diferentes entornos y
culturas.
Se trata de una novela negra muy
coral, en que lo más parecido a unos protagonistas son la bella Lucía
Xerinacs y la bestia de su marido, un corrupto comandante de la guardia civil,
cuya historia de amor es cualquier cosa menos tópica y previsible.
¿Por qué hacer que el motor de la novela sea el amor en
vez del crimen?
Bueno, no es nada
excepcional. El amor siempre ha sido el principal motor del crimen junto con la
codicia. Y el amor es tan efímero y confuso, y toma tantas formas y verdades
que es fácil de confundir. El amor tiene algo de diabólico.
Además de amor, tu novela está llena de sexo explícito, magníficamente
descrito.
¿Es el eros lo que nos queda del thanatos?
El sexo no es explícitamente
necesario, ni en la narrativa ni en la vida, aunque sí va muy bien para ambos.
Bromas a parte, el sexo es algo que trato de mostrar con la naturalidad que la
historia requiere. El sexo es maravilloso, y, como dice Woody Allen, si se hace
bien es asqueroso. Y creo que la novela da a entender que, por desgracia,
algunas veces puede no ser agradable o todo lo agradable que uno espera. Y
pienso que también se plantea una
cuestión respecto a las consecuencias de tener sexo, sobre la incontenibilidad
del deseo, y todo lo que el placer puede destruir.
Acabas de venir de dar una conferencia en la Universidad de Salamanca
titulada “Cotar la verdad a través de la
mentira”
¿Es eso lo que has
intentado con lo que nos queda de la muerte?
De
alguna manera sí. Creo que hay algo romántico y hermoso en ello. Es como
aquello de que el cine bélico es en realidad antibélico. Y creo que la verdad
respecto a algunos resortes humanos es un vínculo entre mis novelas, al menos
en la intención.
En
Narcolepsia planteaba la realidad respecto a como un grupo de personas con
poder, dinero y capacidad dañina, montan un lobby empresarial y cruzan el mundo
traficando mercancía ilegal. En El diablo en cada esquina, me apetecía reflejar
como la delincuencia, el hampa y las organizaciones criminales se dividen en
diferentes esferas que conviven mimetizadas y en paralelo a las nuestras sin
despertar pavor y en muchos casos sospecha siquiera. Con Lo que nos queda de la
muerte, he intentado acercar mucho más el mundo a una realidad cotidiana, lejos
del submundo de las mafias y sus ambientes sórdidos y personajes extremos,
describiendo como de igual manera el abuso, la codicia y la desesperanza saca
lo peor de nuestras sociedades, si bien es otro tipo de violencia, no deja de
ser mezquina, y mucho más cercana e identificable, y lo peor: en muchos casos
asumida y normalizada.
En este peculiar microcosmos sin nombre, se enfatiza mucho el lugar de
residencia,
¿Hay ciudadanos de
primera y segunda línea de playa en la costa mediterránea?
Los
hay en todas partes, no deja de ser una metáfora proyectable a todo el mundo
y/o cultura que funcione como la nuestra. Lo peor es que hasta los hay de
tercera y cuarta. Y por encima de la primera clase también hay clases. Creo que
la novela va bastante de eso y de como pasar de un sitio a otro.
En el libro también hay un hueco para criticar los chanchullos y el
turismo,
¿Por qué tienes tanta
manía a las mañas del libro, es que hacían balconing desde tu casa?
No
les tengo manía. Todos los personajes responden a un arquetipo para que cumplan
su función dentro de la novela. El de la maña lo hace a la perfección. Podría ser
asturiana o madrileña. Sí es cierto que en la costa de Tarragona los maños son
un prototipo muy representativo de turismo nacional. Y ese es el papel de la
más alta de las mañas, que tampoco tiene nombre por cierto.
Aunque sin duda, lo más llamativo de Lo que nos queda de la muerte es
su estilo,
Creo
que estilísticamente es mi mejor novela. Y quiero pensar que parte del pequeño
gran éxito se debe a eso. Para mí el estilo es muy importante también como lector.
Opino que en narrativa debes imitar a los autores que te motivan, cuanto más y
mejor leas más recursos a imitar tendrás, y si los copias a todos a la vez no
se notará, porque cada uno hace su propia selección y se ordena a su manera, y
es un poco como la música, solo hay siete notas. El estilo, creo yo, que
consiste en eso, en leer mucho y experimentar con cuidado. En mi caso, el
tiempo de creación del primer manuscrito suele ser más breve que el de
reescritura. Hay frases que salen limpias a la primera y muchísimas que,
sencillamente, desaparecen después de darles muchas vueltas.
En este sentido, resulta muy llamativo el narrador, un narrador
omnisciente en primera persona que de vez en cuando se cuela en la historia, y
la cuenta en presente con algunos saltos al futuro, a la actualidad.
¿Por qué te decidiste a
utilizar esa forma?
Se
trataba de probar nuevos recursos para contar una historia. Confío en lo de
correr riesgos aunque suene a tópico. De no ser así estaría escribiendo siempre
la misma novela. Introducir al narrador como personaje me posibilitaba
coquetear con la autoficción, y sobretodo posicionarme y reflexionar a través
de él. Por otro lado me obligaba a justificar su conocimiento respecto a
aquello que cuenta. Creo que la virtud del narrador es que no toma parte, ni
quiere, y de alguna manera tampoco puede por una cuestión de distancia. El
narrador es el protagonista principal, y también cumple su papel a la
perfección, porque está ausente en el reparto de la culpa.
La novela está trufada de citas a autores muy alejados del género negro
como Vila-Matas o Walt Whitman,
¿Estos escritores
son tus referentes literarios? ¿Quiénes son los de género?
A Whitman lo descubrí de
adolescente al ver El club de los poetas muertos, lo admiro como poeta, y el
título es la versión de una frase suya, La
vida es lo poco que nos sobra de la muerte. En el caso de Vila-Matas es un
escritor del que me seduce mucho su propuesta. En el género soy devoto de
Andreu Martín, Juan Madrid, Pérez Merinero, Jim Thompson,
Dennis Lehane. También me va la vertiente punk de Mañas o de Despentes. Y por
supuesto de algunos autores de primera línea que han hecho aproximaciones
notables al género o a sus atmósferas como Piglia, Matute, Chirbes, Sacheri,
Antonio Soler o Rivera Letelier. En el texto también se citan pasajes de
Galeano, de Bennedetti, un verso de Lorca, y un fragmento de un poema de Ramón
Oteo.
¿Seguirá la prosa criminal de Jordi Ledesma
evolucionando hacia la poética noir? ¿Qué estás preparando?
Pretendo que mis novelas sean
negras tanto como amplio es el
género, y espero que sigan siendo
reconocibles mis universos y mi visión particular de la calle y sus
circunstancias. Y no son en absoluto policiales, pienso que eso seguirá siendo
así. Creo que Lo que nos queda de la muerte, refleja mucha violencia, y es una
violencia muy mezquina aunque no mate. Intentaré seguir contando la verdad. Y
respecto al tema de la voz, con acierto o no, creí que esta novela la requería.
Lo acertado será saber encontrar la adecuada para la próxima.
Tres a bote pronto:
Extraños en un
tren. De P. Highsmith
Prótesis.
De A. Martín
Mystic River.
De D. Lehane.
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