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domingo, 10 de abril de 2011

FRANCISCO GARCÍA PAVÓN, PLINIO, LORENZO SILVA, BEVILACQUA Y CHAMORRO

Al escuchar y leer en diversos medios la intranquilidad que ronda por el campo español, y particularmente en el de La Mancha, motivado sin duda por los innumerables robos y delitos que se vienen dando de manera continuada, echo de menos a alguien que intente deshacer esos entuertos. Y es en ese instante cuando acude a mi cabeza Manuel González, “Plinio”, un personaje, jefe de la Guardia Municipal de Tomelloso (GPM), que lo creara Francisco García Pavón, allá por 1953, para introducirse en el día a día de la vida rural, y por concatenación, en sus entresijos criminales. Pero no lo dejó sólo, le puso a su lado a don Lotario, un veterinario que, en las horas libres que le dejaban las mulas y las ovejas, practicaba de Watson; a Rocío,  “La buñuelera” que, sin dejar de cortar la rosca de churros, intentaba sonsacarle algunas de las pesquisas que llevaba entre manos; al cabo Maleza, el de ¿se paga un cafetito, jefe; y a la Gregoria y la Alfonsa, esposa e hija del municipal (Sus mujeres), encargadas de tenerle a punto, con respeto y ternura,  tanto el condumio como el uniforme. Gracias a estos, y a unos cuantos más, el lector, a través de las conversaciones y lances  que mantienen con Manuel, se pone de pie en escenarios como Tomelloso, sus alrededores e incluso Madrid (a donde es requerido) y, en definitiva, le permiten sentarse en primera fila de butaca, sin perderse ni un ripio del nudo ni del desenlace de la trama.

Por todo ello, me resisto a que cuando se habla de Plinio, o bien, cuando leo en algunos tratados del género policiaco autóctono, se le ignore de plano, o incluso lo excluyan a sabiendas, por ejemplo como hacen algunos autores sobre tesis de la novela negra española, con el solo justificante de que su costumbrismo y folclore llega a anular los aspectos literarios genuinos del género, cuando yo entiendo todo lo contrario: que el dato engorroso y el documentalismo excesivo bien pudiera sacrificar la gracia del relato, o como si no fuera costumbrismo ni folclore las situaciones en que se haya inmerso Carvalho -por no citar a otros-, especialmente en la provincia de Albacete, a la hora  de encontrar pistas para el caso de “la Rosa de Alejandría”. Y si lo siento, es  por lo mucho que se puede perder el lector aficionado al policiaco  (o el que está en trance de aficionarse) con este lapso.

Pero, voy a dejar aparcada mi reivindicación y allá con aquellos que no entiendan esta obra de García Pavón como yo, o bien, como Juan Ramón Biedma que ha aseverado que es una de las piezas básicas para entender el panorama literario del siglo pasado. Y la dejo de lado, ya que ahora mis cavilaciones me llevan a otros derroteros, a los de pedir una pluma (más bien un teclado qwerty), que salga alguien que escriba, para que ocupe el vacío que se abrió, en 1989, con el óbito del escritor tomellosero, y se pueda reflejar en el papel la cotidianeidad ya inherente al campo: Las mafias que extorsionan a trabajadores extranjeros, las bandas de ladrones, la inhumanidad en campamentos clandestinos de emigrantes, las envidias que corroen el alma, la amenaza de muerte como ultimátum, en fin, la ruindad humana en sus más variadas modalidades.

Entonces, me puse a buscar en una amplia lista de escritores del ramo que hallé en la red. En un principio, ignoraba si su pluma la debería asociar a un detective privado, a un madero o bien a un personaje de esos que cría el terruño para estos menesteres. Pero enseguida lo vi claro: la Guardia Civil era la solución más válida para adscribirle alguno de esos números al campo. Por algo muchos de ellos vienen del campo, se han criado en el campo e incluso, trabajan en el campo. Y en estos devaneos me hallaba, cuando mi índice se paró en Lorenzo Silva. Su rastro en la novela policíaca está lo suficientemente trillado que su pareja de picoletos ha abierto una brecha importante en nuestras lecturas. Nos hemos acostumbrado a ellos, no sólo en la manera de actuar, sino en el interior de sus vidas y sus ascensos.

Lorenzo Silva, ha llegado tu tiempo: vete al campo, vete a La Mancha, Vete como sea, nada más echarte de la cama, en el primer AVE que salga, o por cualquier autovía de las que ahora mismo la cruzan. Vete ahora mismo, que esta anchurosa llanura te necesita; y llévate contigo al brigada Bevilacqua y a la sargento Chamorro, para que en las tierras manchegas queden, como bien tú podrás adivinar, algo de sus huellas  singulares, complejas, paradójicas, y sobre todo, congruentes con la realidad en la que se desenvolverán. Hazlo Lorenzo, para que si alguien quiere saber de la Guardia Civil, pueda; para tapar alguna boca; y para que alguien diga en el casino, a la hora del dominó,  a mí me pasó algo parecido». Vosotros, los escritores, estáis para eso: para hacer de puente con los demás,  para que nos subamos sobre los pretiles de vuestros renglones, y así percibir desde lo alto todo lo que nos rodea.



La Mancha, a 8 de abril de 2011
Luis Clemente