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lunes, 24 de febrero de 2014

Nada, Nada más en el mundo, de Massimo Carlotto


Por Amelia Carrillo



Llegué a la novela con la intención de saber de qué iba la nueva obra para comentar en el próximo taller.
Leí la primera página, y ya no pude parar. La tuve que terminar de seguido (dejando otras faenas que me había propuesto hacer).

Esta corta novela, u obra dramática, demuestra que no hace falta escribir un tocho para contar una historia completa, intensa, con un profundo análisis social y psicológico.
Está narrada en primera persona por una mujer italiana, cuya vida se ha convertido en una sucesión de días iguales, sin ilusiones ni sueños. La crisis social que se ha ensañado con la clase media llevándola a una pobreza sin salida, es la crítica  que el escritor transmite a través del monólogo de esta madre a la que la falta de dinero para lo más elemental, le hace estar obsesionada, cayendo en un desquiciamiento  que no tiene retorno. Pero esta situación kafkiana produce efectos distintos, aunque siempre aniquiladores en los tres personajes, el marido se siente abatido por una honda tristeza, desde que fue despedido por un ERE, y le despojaron hasta de su dignidad, teniendo que aceptar un trabajo sin cualificación y con un salario ridículo para sobrevivir; mientras la hija representa a la juventud apática, que no se plantea reivindicaciones sociales, sin proyección de  futuro, que se contenta con disfrutar lo que pueda con la ayuda del costo.
La fuerza narrativa, no exenta de un humor mordaz, va incrementándose con el desarrollo del drama para dar paso a la tragedia, acentuándose en estas últimas páginas el análisis psicológico que también  subyace en todo el relato.
Cuando se hacen añicos los sueños, ya todo es nada, nada más en el alma….
Como dijo José Hierro:
 Después de todo, todo ha sido nada,
a pesar de que un día lo fue todo.

viernes, 14 de febrero de 2014

“DICEN QUE ESTÁS MUERTA”


Carolina Vázquez



El Pastel noir (el negro más oscuro del rosa) volaba como el viento hasta encontrar su nido en “Dicen que estás muerta”. Alumbramiento inverso en el que lo ya nacido encuentra el útero que lo gesta. Es esta la obra fundacional de un movimiento de viento, es el cuerpo del aire (o del delito, porque el Pastel noir también es criminal y canalla) que se ha encarnado en las palabras de María Zaragoza.
“Dicen que estás muerta” es una novela negra tiznada de rosa. En ella lo importante no es quien, donde o con qué. No se sustenta en sospechosos, víctimas, pistas… y da igual si se construye con mapa o con brújula porque se despliega con la precisión de él y la valentía de ella. La esencia del ser y la posibilidad del cambio osifican su cuerpo pasteloso y el amor da sentido a su movimiento.
La antagonía de lo parecido y la semejanza de lo opuesto entrelazan personajes. Por un lado una mujer y su doble que no podría ser más diferente. Por otro lado, opuestos como un gigante bueno y una sociópata que van asemejándose en la seducción por el placer de matar (distancias que se acortan en uno y se alargan en la otra). Todos ellos se organizan en torno a tres triángulos amorosos que acaban colisionando en las manos de un asesino aleatorio: Un gigante atraído por el vértigo de la muerte es amado por dos mujeres, una el espejo de la víctima y otra una sociópata,  germen de asesina que el amor no permite brotar; Una mujer muerta que es mucho más que su espejo y que también  converge  dos amores contradictorios y secretos, el de su amiga y el del hombre que la rechaza; El vértice del último triángulo es una mujer que ama con libertad y sabe que el amor que confluye en ella no es del todo propio porque uno se dirige a un ideal (la musa imposible del poeta que no escribe) y el otro a la persona imperfecta (centro del universo de la mujer que sí la ama).

Hay otro triángulo. Uno breve y fortuito, pero que podría suponer un cuarto vértice de polígono irregular en la geometría Pastel noir. Es el formado por el hombre que amó a la mujer muerta, el Asesino y la segunda víctima, recreación de la primera pasión de ambos…. Para uno la herida del amor y la de la  muerte para el otro.


Tres historias principales de tres protagonistas con tres heridas todos ellos. Son la vida, el amor y la muerte, tres fuerzas que llenan de realidad este libro triangular, tan apasionado como apasionante.  

domingo, 9 de febrero de 2014

Mata Mari II


Hampa Prados

Hacía ya unos días de su bautizo de sangre. Poca alarma social. Se trataba, según los cotilleos locales, más fiables que el diario vespertino, de un agresor profesional.
 Parece ser que encontró otro delincuente más hábil. Tampoco iban a quebrarse con este caso, un impresentable más fuera de las calles.
 Estaba a salvo, nadie iba a sospechar de ella, nada la vinculaba con el que, por otro lado, habría sido su asesino. Su vida se tornaba normal, aunque tenía un cierto regusto.
 Todo esto chocaba con su educación plenamente religiosa, de coro de la iglesia, catequesis, campamentos de “Acción Católica”.
¿Y si había Dios? ¿Iba a  castigarla a ella habiendo tanto hijo de puta campando con sus bendiciones? Claro, que era experta en ser la excepción. Nadie pagaba sus pecados excepto ella. Algún ángel cabrón, como diría álamo, parecía haberle tocado en suerte.
Aquella tarde salió  a dar su paseo diario, y de pronto se encontró a las puertas de una iglesia.
 ¿Qué le había llevado allí? ¿Acaso tenía algún remordimiento?
 No, volvería a matar a aquel capullo; entonces…….
Entró, tocó la pila del agua bendita por inercia, pasó sus dedos húmedos por la herida que tenía sobre el corazón, y que había cerrado de una forma extraña, muy rápidamente, quedando un surco rosáceo.
 La verdad es que el ambiente era relajante. Penumbra, sin fieles a la vista, el olor de la cera. Se sentó en uno de los bancos, cerró los ojos hasta que sintió una presencia, ¿Dios? No, tonta, solo el cura, ¡qué susto!
Empezó a charlar con ella. La conocía de vista, aquí todos nos conocemos de vista. Le preguntó si podía hacer algo por ella, si tenía problemas, necesitaba algún consuelo. Mientras decía esto, ponía la mano en su hombro.
 ¿Estaba paranoica? ¿Se le estaba insinuando el cura?
 Le estaba diciendo que si quería podían charlar más tranquilos en la sacristía.
 Y entonces lo supo.
 Supo porqué sus pasos se habían encaminado hasta allí, porqué llevaba consigo el puñal, y también supo que en todos los estamentos hay cabrones.

 Y con ese convencimiento se encaminó a la sacristía con aquel vestidor de alzacuello, y cuando estuvieron solos………

domingo, 2 de febrero de 2014

El viento y la sangre M. A. West, Más Pulp que Tarantino.



Lo reconozco, soy fanático de Tarantino.
Tanto,  que medio en broma medio en serio, le propuse a mi chica llamar Quentin a nuestro hipotético chucho.
Ni muerta, aunque sea un hijo de perra.
¿Y al nuestro?
Tanto, que un póster de Pulp Fiction preside mi salón.
Y mi pecho,  una vez a la semana.

Sin embargo, por más que he buscado en manuales y rebuscado  en Internet, por más que he leído y releído a clásicos  y no tan clásicos americanos, más allá de Jackie Brown y los diálogos de George V. Higgings,  ningún pulp me parecía tarantiniano.
Ninguno, hasta “El viento y la sangre”.
Una novela del tres al cuarto de dólar que pasó sin pena ni gloria por los yanquioscos allá por 1951.
Una joya.
Una puta jodida joya, que diría algún maldito bastardo.
Pero empecemos por el principio:
Por un perdedor profesional llamado Daniel Morton, llegando a un pequeño y tranquilo pueblecito de Dakota del Sur armado con una pistola, una botella de bourbon y un maletín con veinte de los grandes para reconquistar el corazón de una preciosa prostituta retirada de nombre Lorna Moore.
Y por Rudy Bambridge, el hombre de confianza de Conrado Bonazzo, un poderoso capo de Chicago, removiendo cielo y tierra, cieno y mierda, en busca de la hija secuestrada de un testaferro de su jefe.
Dos antihéroes condenados a encontrarse.
En apenas 150 páginas.
Pero 150 páginas de violenta y elíptica trama, de personajes carismáticamente definidos y de frases afiladas.
Como una película de Tarantino.
Una violenta y elíptica trama de gángsters llena de engaños y pasiones, de entrañas y traiciones, donde la acción, la cámara, salta continuamente  de un personaje a otro, de un momento a otro, hasta desvelar una intrincada “crook story” donde, como en Reservoir Dogs,  nada ni nadie es lo que parece, y la sangre corre a raudales fuera de encuadre, al igual que en el inolvidable baile del Señor Rubio.
De personajes carismáticamente definidos, entre los que destaca el frío y calculador Rudy Bambridge, un solucionador de problemas de la misma camada que el mítico Señor Lobo.
Y frases afiladas como una katana de Hattori Hanzo, que gracias a la deliciosa traducción de Thalía Rodríguez y Alexis Ravelo conservan toda su agudeza, con un lenguaje tan cuidado que ya quisieran para sí muchos crímenes perpetrados originalmente en castellano.
 Como muestra, una de mis favoritas:

—Antes te dije que te mataría y te despedazaría, ¿verdad?
Vinnie asintió.
—Y te dije que si hablabas, te mataría primero, ¿verdad?
Vinnie volvió a asentir con resignación, casi con agradecimiento. Entonces, como si Lucifer se hubiera apoderado de él, los ojos de Rudy dejaron de ser castaños y se tornaron de un color amarillento, casi dorado, cuando dijo:
—Te mentí.

Pues bien, como he sido muy bueno este año y el autor, del que sólo se sabe que no se sabe nada, tiene otras cuatro novelas de Bambridge inéditas en España, me gustaría que esta reseña sirviera como carta para que los magos de Navona me trajeran alguna más antes de Navidad.
Porque Tarantino rueda menos que un neumático cuadrado….
Y no me fío de los reyes.