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martes, 29 de diciembre de 2015

PRESENTACIÓN DE SUBSUELO


(Imagen de la Tribuna de Cuenca)

Marcelo Luján nació en Buenos Aires en 1973, pero vive en Madrid desde 2001, donde ha trabajado como periodista y coordinador de talleres literarios.

Sus primeros libros fueron colecciones de relatos galardonadas por toda nuestra geografía: Flores para Irene, premio Santa Cruz de Tenerife 2003. En algún cielo, premio narrativa Ciudad de Alcalá 2006, y El desvío, premio Kutxa Ciudad de San  Sebastián 2007.
No obstante, tu cuento más premiado por la crítica femenina es tu acento porteño después de quince años en el Foro, ¿Cuántos sujetadores has conseguido con esa historia? ¿Has pensado en organizar un taller de cuento para pagafantas?

(risas) Esto que dices no es verdad y si lo fuera, hay muchos porteños sueltos por España como para que ese tipo de éxito caiga sobre mí. En cualquier caso, prefiero la ficción, quiero decir: que sea la ficción la que determine ciertos aspectos personales.

 Ya en 2009 debuta en la novela con La mala espera: premio Ciudad de Getafe, que ha sido traducida al francés y el italiano, ¿por qué te decantaste por la novela negra y no la rosa a lo Federico Moccia que se ajusta más a tu público?


(risas) Lo cierto es que nunca tuve la intención de decantarme por un género en particular. Tengo como verdad que lo más importante a la hora de contar es la propia historia, y que es ella quién determina el escenario, los personajes, y el modo en que éstos interactúan. En La mala espera (le he comentado varias veces) quise contar una historia urbana en el Madrid actual, me interesaba la inmigración moderna en la Europa moderna, y hasta dónde puede llegar un inmigrante para alcanzar el objetivo que vino a buscar. Quise escribir una novela urbana y me salió negra y fue esa casualidad la que puso de manifiesto que lo negro, lo oscuro, la oscuridad y la maldad del ser humano eran los aspectos que más me interesaban para desarrollar la ficción.

 Su segunda novela, Moravia, no vio la luz hasta 2012, y la tercera, que hoy presentamos, Subsuelo, llegó en 2015, algo que llama la atención, puesto que todas ellas son bastante breves, ¿cuál es el proceso de gestación de una obra de Marcelo Luján?

Es un proceso bastante lento, y no me refiero al proceso de escritura propiamente dicho, sino a la certeza de saber qué quiero contar, cómo lo quiero contar y, por supuesto, desde dónde. Una vez tengo claro todos estos conceptos puedo ponerme a escribir. No me quita el sueño ser muy prolífero ni publicar dos libros al año. Creo que la ansiedad es uno de los peores enemigos para un autor. Y es la ansiedad (por publicar, por figurar, por “hacer ruido”) lo que hace que nos olvidemos que sólo deberíamos tener un objetivo: es escribir bien. Y ninguna otra cosas es más importante que esa.

Centrémonos ya en Subsuelo, aunque se trata de una novela difícil de presentar sin destriparla, ¿cómo resumirías tu libro sin causar demasiada escabechina argumental?

Subsuelo es una historia sobre el mal, sobre la oscuridad y sobre el dolor que podemos llegar a causar las personas. En este caso la psicología del daño está planteada dentro de seno familiar, que es la primera institución y el primer eslabón del desarrollo humano. Me pareció interesante investigar hasta qué punto, los padres, tenemos control sobre nuestros hijos adolescentes, qué creemos saber de ellos, qué nos ocultan, qué los motiva, y cuáles son sus miedos.

En esta historia, hay dos protagonistas indiscutibles: los mellizos. Dos mellizos que no podrían ser más distintos: Eva y Fabián. Eva es una chica con un cuerpo para el pecado y una forma de ser algo lolita, y Fabián un psicópata de rasgos arios, ¿por qué dos mellizos, si son tan distintos? ¿Y por qué de esas edades?

Quería que fuesen hermanos y, especialmente, chica y chico (por muchas razones que la historia necesitaba). La adolescencia es una etapa literariamente muy rica. Y son, en efecto, distintos, física y psíquicamente. Aunque algo misterioso los une y dispersa, bastante, aquella creencia de la disparidad. Inocular una gota de veneno en estos dos jóvenes, inexpertos e impacientes, sería el mejor modo de ver su interior más oculto.

  

La relación entre los mellizos es realmente compleja y oscura, con más odio que amor fraternal desde la cuna, y toda clase de abusos físicos e incluso sexuales, que me han hecho percatarme de que el incesto es más común en la crónica negra que en la ficción,  al menos hasta donde sé, ¿crees que es un tabú literario?

Dudo que, en los tiempos que vivimos, en esta sociedad enferma y desquiciada, exista ningún tabú. Y si no los tiene la sociedad, tampoco lo tiene la literatura que genera esa sociedad. En el caso de Subsuelo, los abusos sexuales que Fabián comete con Eva funcionan e incrementan la dominación, el poder de uno sobre el otro. Aun siendo ellos adolescentes no es sexo simple y llanamente sino una demostración más de la maldad y del sometimiento que el hermano ejerce sobre la hermana.

Además de Eva y Fabián, hay una protagonista secundaria: Mabel, su madre. Una argentina que huyó del país durante la dictadura, pero que aún recuerda con nostalgia y amargura aquellos tiempos, ¿por qué no diste más cancha a este personaje y este tema? ¿Qué recuerdas de esos días?


Yo era un niño cuando sucedió aquella noche negra en Argentina. Pero su manto de terror y la presencia de los militares genocidas y de los civiles colaboracionistas quedaron impregnados en la sociedad durante décadas. De hecho, tuve compañeros de facultad que eran hijos de desaparecidos. No sé si alguna vez se podrá superar semejante barbarie, supongo que no. Y con respecto a la primera pregunta, ni el personaje de Mabel ni su pasado requerían más espacio narrativo que el que les di: la historia de Subsuelo no lo necesitaba. Sin embargo, era imprescindible ese pasado en la madre de los mellizos para que funcionaran otros engranajes.

Vamos con un reto: psicoanalizar a un argentino.

La mala espera,  protagonizada por un argentino recién llegado en Madrid, en Moravia con ese bandoneonista que regresa tras haber triunfado en Estados Unidos, y en Subsuelo, en que ya hemos visto que se toca tangencialmente la dictadura, ¿es el exilio de la Argentina una constante consciente o inconsciente de tu narrativa?

Es totalmente consciente pero no se trata del exilio como elemento nostálgico sino como problema. El inmigrante es la clave. Argentina es un país hecho por masas de inmigrantes (sobre todo en la Cuenca del Plata). Se trata, para mí, de un movimiento humano demasiado importante, en lo personal, en lo familiar, y en lo sociocultural. Tiene mucha fuerza incluso en la no-ficción. Me resulta cercano y fundamental para entender Argentina.

  
Aunque haya algunos temas comunes, el estilo, tu estilo ha cambiado mucho en estos seis años.

La primera persona de La mala espera, se convirtió en una tercera con ecos de realismo mágico en Moravia, y en esta, se aprecia un gran cambio, con una primera parte muy lírica y el resto muy sintética y experimental, ¿a qué obedece estas diferencias, a las pulsiones del yo autor, del ello lector o al superyó de la historia?


(risas) Dejemos a Freud por un momento. Cada historia que quiero contar tiene un escenario propio (en estos casos totalmente diferente), unos personajes singulares, una atmósfera exclusiva. Nunca podrían haber sido ni siquiera parecidas. Ni siquiera en el tratamiento de la historia. Porque lo más importante (siempre) es la historia que queremos contar. Y debe ser ella la que se imponga, la que marque los ritmos. Las decisiones narrativas son el corazón de lo que uno empieza a contar.

  

Por cierto del estilo, a mi juicio el mayor punto fuerte de la novela, algo que cabe destacar es la estructura tanto de la obra en su conjunto como de cada capítulo. De la obra, porque empieza en el accidente, luego viaja dos años al futuro, para luego volver al accidente y por último regresar de nuevo al presente.

Ahora, lo más llamativo es cómo ese vaivén también está presente en cada capítulo, cuando el narrador adelanta acontecimientos e introduce hechos pasados durante la narración en presente, ¿qué pretendías con un recurso tan arriesgado?

Entendí que ese era el modo de contar la historia de Subsuelo. Sí fueron decisiones arriesgadas y lo supe desde la primera línea. Pero ese era el mejor modo de contar. La novela sucede en un escenario muy acotado, sin interacción urbana, y con pocos personajes. Necesitaba un narrador activo, un narrador que tuviese una relación diferente con el lector. Y en una tercera omnisciente eso no es fácil de conseguir porque es una visión superestructural y siempre alejada. Algo parecido ocurre con la estructura de esta novela, donde además de esos dos veranos, los capítulos contienen varios recursos narrativos que, de utilizarlos incorrectamente, el texto se vuelve incompresible. Pero decidí correr el riesgo y trabajar para utilizarlos del mejor modo, del modo correcto. También con este elemento escenario y personajes cobrar otra intensidad. Y ese era el objetivo.

  
Prácticamente toda la novela transcurre  en un chalet en medio del campo. Un chalet para burgueses, con piscina, jardín y esas cosas. Un chalet aparentemente idílico, pero que por debajo, en el subsuelo, está infestado de hormigas, ¿es el hormiguero una metáfora del lado oculto de la clase media?


Sí, por supuesto. En este caso le tocó a la clase media burguesa pero no tengo ninguna duda de que debajo de nosotros, debajo de todas las cosas y de todas las mujeres y de todos los hombres, está lo que se oculta, lo que no debe salir a la luz, lo que nos avergüenza y también impide que seamos completamente felices. Ese es el subsuelo: un inmenso e inaccesible hormiguero que opera como una cárcel.

Dejando a un lado Subsuelo, ¿qué está escribiendo ahora mismo Marcelo Luján? ¿Habrá que esperar otros tres años para leerlo?

Probablemente (risas). La verdad es que no me pongo tiempos a la hora de escribir novelas, de modo que no lo sé porque todavía estoy pensando qué y cómo quiero contarlo.


Por último, tú que conoces mejor la literatura de tu país, ¿cuáles son para ti los cinco criminales literarios más buscados de la Argentina actual?

Leonardo Oyola, Claudia Piñeiro, Guillermo Orsi, Raúl Argemí y Gabriela Cabezón Cámara

martes, 22 de diciembre de 2015



Blacksad, de Juanjo Guarnido y Juan Díaz Canales.
Por Raquel Soler.

Me he estado rompiendo la cabeza sobre como abordar la reseña de esta gran obra que es “Blacksad”. ¿Reseñaba solo uno de los números? ¿Todos de una vez? ¿Hacía una reseña general? Finalmente, me he decantado por esta última opción.

¿Pero que es Blacksad? Sencillamente la mejor obra gráfica de género negro que he leído. Y nada más ni nada menos que de la mano de dos jóvenes artistas españoles, Juanjo Guarnido y Juan Díaz Canales.

Blacksad es una colección de cómics que comenzó en 2001 y que narran  los casos de John Blacksad, un detective que, a lo largo de (por el momento) cinco volúmenes, se ve envuelto en diferentes casos donde la corrupción, la traición y la desesperación son el denominador común. Una particularidad de estos cómic es que los protagonistas son todos animales antropomórficos; es decir, perros, gatos (el protagonista es un gato, muy elegante y duro, pero un gato), caballos, osos, cocodrilos etc. Sin embargo, y aunque le da una elegancia y un toque especial, esto es algo accesorio; lo que menos importa aquí es que John sea un gato. Por supuesto, se hacen referencias a ello, especialmente con algún refrán o expresión, pero no es vital para la trama. Y sin embargo… ¡Qué estilo le da! ¡Y qué delicadeza y pasión en el trazo de las imágenes! Impresiona especialmente como aúnan las expresiones faciales humanas y las corporales animales. Sinceramente, hacía mucho tiempo que un cómic no me hacía quedarme tan maravillada con el dibujo.



Y aunque a nivel artístico es simplemente espectacular, a nivel argumental es una pasada. Los personajes son inolvidables y muy reales, las tramas, sin ser enrevesadas son intensas, poderosas y sorprendentes. Cabe destacar que la acción transcurre en los Estados Unidos de los años 50, por lo que el contexto histórico incluye tramas sobre la “caza de brujas”, el racismo, la amenaza nuclear… No nos cuesta nada reconocer las situaciones históricas reales detrás de cada número y os aseguro, que en cada uno de ellos se os hará un pequeño nudo al pasar la última pagina.

Como dije antes, hasta ahora han salido cinco números.  Estos son “Un lugar entre las sombras”, “Artic-Nation”, “Alma Roja”, “El infierno, el silencio” y “Amarillo”. Se pueden encontrar en un tomo recopilatorio o por separado. Recomiendo a todos los negritos su lectura. Os aseguro no os arrepentiréis.

domingo, 6 de diciembre de 2015

SUBSUELO de Marcelo Luján


Un pedazo de SUBSUELO ...



Un día, el día siguiente a la llamada, antes de la cena, recibió un sms. El número era sólo un número. No tenía nombre. Pero era Ramón. Aunque ella no lo supo hasta que leyó Perdona lo de anoche. Estaba enredando en su agenda y he marcado sin querer. Lo siento mucho. No volverá a pasar. Ramón. Y quiso responderle Eres un gilipollas. O mejor, Hostia puta, eres un subnormal de mierda. Pero no lo hizo. Ahora que empuja la silla de Fabián por el camino de tierra no lo recuerda pero en ese instante, después del primer arrebato, sintió pena. Y enseguida culpa. Y fue la primera vez que sintió pena porque culpa sentía todo el tiempo. Y casi todos lo sabían. Lo sabían sus padres y lo sabía la psicóloga y lo sabía su amiga Pepa y el que más lo sabía era Fabián. Esa noche hizo como que cenaba. Hizo como que estaba cansada. Apenas probó bocado y se acostó. Esa noche, su hermano intentó despertarla. Y en algún momento descubrió que ella había estado llorando: el contorno de los ojos, la almohada, el modo en que aparecía acurrucada debajo de las sábanas y el edredón. Puede que Fabián se haya preguntado el porqué. Puede que tras la inútil insistencia él haya soltado un insulto antes de marcharse. Puede que ni siquiera haya vuelto a taparla. Ni con las sábanas ni con el edredón. Puede que parte de la cintura de Eva haya quedado desnuda, con el elástico del pijama expandido por su cadera. Cualquiera de estos detalles serían irrelevantes de no ser porque esa noche, sin que ninguno de ellos lo supiera, los engranajes de la desgracia habían vuelto a ponerse en marcha.


No se lo dijo a nadie. Ni el episodio de la llamada perdida ni el sms del día siguiente. Ni a su madre ni mucho menos a su hermano. Ni siquiera a Pepa. Aunque Pepa le contara todo: vida y milagros de sus idilios y sus líos, siempre con pelos y señales, e insistiera, cuando se terciaba, en preguntarle con quién lo había hecho ella. Ahora que se han detenido entre la hierba alta del sendero y Fabián bebe agua a morro delante mismo del tronco que les impide continuar, no lo tiene presente pero a menudo maldice haberle dicho a Pepa que ya no era virgen. Maldice haberle dicho Con uno que no conoces ni vas a conocer porque no quiero verle más, porque se ha portado como un cabrón, y ya está. A menudo, Pepa le pregunta si ese chico es algún chico del instituto. Venga, hombre, suele decir Pepa. Y enseguida pregunta Es alguno de estos payasos, a que sí. A menudo, maldice tener que mentirle a su mejor amiga. Tener que decir Déjalo ya, Pepa. Que no me da la gana hablar de eso, coño. Pepa sabe del accidente lo que sabe todo el mundo. Sabe, porque esas cosas son fáciles de apreciar, el terror de la tragedia y las secuelas que enseña el después. Lo que queda y lo que se ve y lo que se percibe o intuye. Sabe lo que le contó Eva. Y lo que le contó su propia madre, que alguna vez habló del tema con Mabel. Sabe lo que sabe todo el instituto, desde la directora hasta el que limpia los retretes, es decir: nada, o poco, o la verdad matizada. En casos así, la mentira encubierta se mantiene a salvo sin mucho esfuerzo. A menudo Pepa no puede evitar mirarle la cicatriz, posar sus ojos en esa costura que nace entre las cejas y sube hasta perderse en el cuero cabelludo. A menudo le gustaría poder decirle Casi no se te nota, tía. Pero no puede, y no lo hace. A menudo Eva se da cuenta de que la gente le mira la cicatriz incluso antes de mirarla a ella. Y siempre piensa lo mismo. Piensa, aunque sepa que no es cierto, Eso que miráis me la suda, que lo sepáis.


Un día leyó Le echo mucho de menos. Y tardó bastante en responder. Tanto, que no respondió nada. Y esa madrugada se despertó varias veces, algunas de esas veces, gritando en la oscuridad de su cuarto. Un grito sin ninguna palabra. Sólo un grito que la dejaba sentada en la cama, incrédula y desorientada. Puede que bañada en sudor. O con la sensación de estarlo. Y fue esa misma madrugada, entre despertar y despertar, con la vigilia por encima del sueño, cuando pensó algo que no volvería a pensar nunca más. O al menos no con tanto reparo. Pensó, como si le hablara a Ramón. Fui la última tía en la que se fijó tu hermano. La última a la que se quiso follar. La última que le dijo no. Y no sé por qué le dije no. Tal vez porque en ese momento no me había tirado a nadie. Fui la última tía que le miró a los ojos, la última a la que él le sonrió. Llevaba un polo y unas bermudas preciosas. Y ese perfume. Cuando tú estabas volviendo de no sé dónde, habíamos metido los pies en la piscina y él me rozaba debajo del agua. Me buscaba. Y no sé por qué mierda me negué. Creo que fue acojone, porque me salí, porque me piré con una excusa cualquiera. Y me arrepiento tanto de haberlo hecho. Tú no lo sabes pero allí, en la piscina, estaba Fabián con nosotros, pegado como una lapa, por supuesto haciendo el idiota. Grababa vídeos con su móvil nuevo. Tú no lo sabes pero también hizo vídeos en el coche. Desde que me puse al volante hasta que todo se acabó. Claro que tú no sabes que yo iba al volante aquella noche. Escuchábamos una canción de 30 Seconds To Mars, de un cd tuyo que dejaste en la guantera. Cuando cierro fuerte los ojos, vuelvo a oír los puñeteros violines. Tampoco sé por qué escucho la parte de los violines. No lo sé. Y la voz que decía algo así como Mira mis ojos, me estás matando, y yo todo lo que quería eras tú.