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martes, 25 de diciembre de 2018

Un regalo de Navidad, a la venta después de reyes



Prólogo: Pionera entre las pioneras.


La novela negra española es hija de la Transición. Aunque existieron cultivadores del enigma durante la dictadura, especialistas como Salvador Vázquez de Parga aseguran que el nacimiento del género negro en España se produce después de la muerte de Franco. Algo lógico, por otra parte, si entendemos el género como novela realista y sociocrítica, y no solo como mero pasatiempo paraliterario, pues ¿Qué injusticia podría denunciarse en una sociedad tan perfecta como la franquista?
Ironías aparte, si bien Tatuaje, la primera entrega criminal de la serie Carvalho (paradójicamente, la fundacional Yo maté a Kennedy no suele considerarse parte de la serie), fue publicada por Manuel Vázquez Montalbán en 1974, no será hasta finales de los setenta y principios de los ochenta cuando aparezca la primera generación de criminales literarios pata negra. Y entre las editoriales que trataron de impulsar el alumbramiento de la novela policíaca española, etiqueta más común por aquel entonces para referirse a la literatura de género, destaca por méritos propios Ediciones Sedmay.
Pese a su corta vida, apenas duró dos años y no alcanzó la veintena de títulos, en la colección Círculo del Crimen vieron la luz clásicos del calibre de Prótesis, de Andreu Martín, o Un beso de amigo, de Juan Madrid, ganador y finalista, respectivamente, de la única edición del premio del mismo nombre. Pero también joyas tristemente olvidadas como Gay Flower, detective muy privado, primera entrega del esperpéntico investigador con el que el maestro del humorismo PGarcía parodió el hard-boiled americano, y Picadura mortal, de Lourdes Ortiz, considerada por muchos expertos el primer femicrime ibérico, es decir, la primera novela negra no solo escrita, sino también protagonizada por una mujer en España.
Un título tan adelantado a su tiempo, que la contraportada de la edición original de 1979, ante la ausencia de mujeres que escribieran noir, tanto en el panorama editorial en español como internacional, se comparaba a Lourdes Ortiz con Agatha Christie, la máxima exponente de la literatura de misterio. Una obra imprescindible en una colección como Pioneras, que pretende reivindicar a las primeras autoras del género negro de nuestro país. Por ello, conmemorando el 40.° aniversario de su publicación, hemos rescatado para los lectores la única aventura protagonizada por la inolvidable sabuesa Bárbara Arenas.
No en vano, pese a sus veinticinco primaveras, Arenas es una detective privada fuerte, independiente y testaruda, dispuesta a todo para esclarecer la misteriosa desaparición de Ernesto Granados, un acaudalado magnate canario del tabaco, al que toda su avariciosa prole da por muerto.
Y es que, como los canarios no son los únicos pájaros en la isla, la modélica parentela del viejo incluye buitres como una viuda demasiado joven y demasiado alegre para guardar luto al finado, dos hijos sin oficio que solo buscan su beneficio, y dos peligrosas nueras a las que solo une su odio recíproco y el que sienten hacia sus maridos.
Y si a eso le añades una díscola nieta casada con un mafioso del juego y un hijo pródigo con antecedentes como narcotraficante, aunque Arenas sea una mujer literal y figuradamente de armas tomar, cuando las sorpresas y los muertos se sucedan, nuestra joven investigadora tendrá que dar lo mejor de sí misma para no pasar a mejor vida y descubrir, en la última página, qué pasó realmente con Granados.
Para redondear el explosivo cóctel de enredos familiares e inesperadas vueltas de tuerca con la que hace ya cuatro décadas la polifacética y laureada escritora, traductora y profesora Lourdes Ortiz (Madrid, 1943) debutó en el género negro, Picadura mortal cuenta con una pizca de crítica feminista y un estilo tan natural y divertido, que apuesto a que, como yo, antes de poner punto y final a esta pionera entre las pioneras, estaréis deseando que la pareja Ortiz-Arenas hubiese colaborado en más investigaciones.
 
Sergio Vera Valencia Director de la colección Off Versátil
 



 

domingo, 16 de diciembre de 2018

Brillante como una luciérnaga en la oscuridad



Era verano, y hacía calor. Pero no lo suficiente como para que mucha gente se animara a zambullirse en el “Licor del polo” que en mi urbanización llamamos piscina.

Pero allí estaba Begoña, como todos los días. Y estaba leyendo, como todos los días. Y cuando llegué, como todos los días, para mi paliza diaria, largo va, largo viene, le pregunté que andaba leyendo.

El brillo de las luciérnagas, me dijo. Ni idea, le contesté.

Pues me está encantando, me dijo. A ver si te animas a hacer una reseña, le contesté.

Y la hizo.

A pesar de que en los dos años que llevaba en el club de lectura, Begoña era tan tímida que nunca decía nada, por mucho que le insistiera, cumplió con su palabra.

A los pocos días, me mandó una reseña, pidiéndome por favor, que le diera mi opinión para retocarla. Y mi opinión fue que, por favor, no retocase nada.

Porque la reseña era muy curiosa. Tan curiosa, que no pude resistirme a leer la novela. Aunque me había jurado y perjurado no leer ninguna novela reseñada durante el verano, porque eran propuestas para el curso, y por tanto, candidatas a ser releídas si las leía antes de empezar el curso.

Y no sé tú, pero yo, odio releer.

Mucho.

Pero la leí, y no me arrepiento.

Nada.

Porque “El brillo de las luciérnagas” es una novela que no se parece a nada que haya leído. Una de esas raras novelas, que disfrutas la segunda vez que las lees tanto o más que la primera.

Y porque gracias a ella, he conocido a Paul Pen.

Un tipo capaz de contestar un correo con el asunto “Invitación a las Casas Ahorcadas (no, Paul, no es una broma, ni SPAM”… ¡ y un domingo por la mañana!

Pero no solo contestó. Además accedió a mantener un encuentro con nosotros, a cambio de nada, cuando su primera novela ha sido adaptada al cine este año, y su segunda, la que ahora nos ocupa, vendió más de 150.000 ejemplares en Estados Unidos.

Llevo casi una década en el mundillo literario, y nunca dejará de sorprenderme la generosidad de algunos autores. Y más, cuando, curiosamente, los más generosos, suelen ser los mejores.

Total, que el tiempo pasó. Entre esto y aquello, trabajo y trabajo, colegio y club de lectura, el tiempo se me echó encima. Tan encima, que temí que Paul se hubiera olvidado de mí, y no pudiera atendernos.

Afortunadamente, no fue así. Quedamos en que le llamaría el jueves, para que charlásemos, antes del encuentro del viernes.

Fue raro. Fue raro, la primera vez que alguien me reconoce la voz antes que yo a ese alguien, porque Paul había escuchado el programa que le habíamos dedicado en “Hoy por Hoy Cuenca”
 
Y yo, no le había escuchado en mi vida.

Y fue raro. Fue raro, porque aunque acabábamos de conocernos, parecía que nos conocíamos de toda la vida.

Y lo mismo ocurrió al día siguiente, el viernes pasado. A pesar de que el sonido no era tan bueno como nos gustaría, no recuerdo ninguna vez, y en nueve años de encuentros con autor van unas cuantas, en que comentar un libro con su creador fuese tan esclarecedor.

Palabra.

No puedo, ni quiero deciros todo lo que se habló, porque os estropearía la novela. Solo puedo recomendaros vivamente su lectura, y que vengáis a escuchar a Paul, cuando nos visite en la próxima edición del festival.

Porque Paul Pen es brillante. Brillante como sólo puede serlo una luciérnaga en la oscuridad.

Gracias, Begoña. Y gracias, Paul. Nos vemos en Abril.