Era verano, y
hacía calor. Pero no lo suficiente como para que mucha gente se animara a
zambullirse en el “Licor del polo” que en mi urbanización llamamos piscina.
Pero allí estaba
Begoña, como todos los días. Y estaba leyendo, como todos los días. Y cuando
llegué, como todos los días, para mi paliza diaria, largo va, largo viene, le
pregunté que andaba leyendo.
El brillo de las
luciérnagas, me dijo. Ni idea, le contesté.
Pues me está
encantando, me dijo. A ver si te animas a hacer una reseña, le contesté.
Y la hizo.
A pesar de que en
los dos años que llevaba en el club de lectura, Begoña era tan tímida que nunca
decía nada, por mucho que le insistiera, cumplió con su palabra.
A los pocos días,
me mandó una reseña, pidiéndome por favor, que le diera mi opinión para
retocarla. Y mi opinión fue que, por favor, no retocase nada.
Porque la reseña era muy curiosa. Tan curiosa, que no pude resistirme a leer la novela. Aunque
me había jurado y perjurado no leer ninguna novela reseñada durante el verano,
porque eran propuestas para el curso, y por tanto, candidatas a ser releídas si
las leía antes de empezar el curso.
Y no sé tú, pero
yo, odio releer.
Mucho.
Pero la leí, y no
me arrepiento.
Nada.
Porque “El brillo de las luciérnagas” es una
novela que no se parece a nada que haya leído. Una de esas raras novelas, que disfrutas
la segunda vez que las lees tanto o más que la primera.
Y porque gracias a
ella, he conocido a Paul Pen.
Un tipo capaz de
contestar un correo con el asunto “Invitación a las Casas Ahorcadas (no, Paul,
no es una broma, ni SPAM”… ¡ y un domingo por la mañana!
Pero no solo
contestó. Además accedió a mantener un encuentro con nosotros, a cambio de
nada, cuando su primera novela ha sido adaptada al cine este año, y su segunda,
la que ahora nos ocupa, vendió más de 150.000 ejemplares en Estados Unidos.
Llevo casi una
década en el mundillo literario, y nunca dejará de sorprenderme la generosidad
de algunos autores. Y más, cuando, curiosamente, los más generosos, suelen ser
los mejores.
Total, que el
tiempo pasó. Entre esto y aquello, trabajo y trabajo, colegio y club de
lectura, el tiempo se me echó encima. Tan encima, que temí que Paul se hubiera
olvidado de mí, y no pudiera atendernos.
Afortunadamente,
no fue así. Quedamos en que le llamaría el jueves, para que charlásemos, antes
del encuentro del viernes.
Fue raro. Fue
raro, la primera vez que alguien me reconoce la voz antes que yo a ese alguien,
porque Paul había escuchado el programa que le habíamos dedicado en “Hoy por Hoy Cuenca”
Y yo, no le había
escuchado en mi vida.
Y fue raro. Fue
raro, porque aunque acabábamos de conocernos, parecía que nos conocíamos de
toda la vida.
Y lo mismo ocurrió
al día siguiente, el viernes pasado. A pesar de que el sonido no era tan bueno
como nos gustaría, no recuerdo ninguna vez, y en nueve años de encuentros con
autor van unas cuantas, en que comentar un libro con su creador fuese tan
esclarecedor.
Palabra.
No puedo, ni
quiero deciros todo lo que se habló, porque os estropearía la novela. Solo
puedo recomendaros vivamente su lectura, y que vengáis a escuchar a Paul,
cuando nos visite en la próxima edición del festival.
Porque Paul Pen es
brillante. Brillante como sólo puede serlo una luciérnaga en la oscuridad.
Gracias, Begoña. Y
gracias, Paul. Nos vemos en Abril.
1 comentario:
Un libro,como bien dices,muy diferente.
Me gustó el libro y ,el autor,muy cercano y encantador.
No os perdáis a ninguno de los dos ;-)
Gracias Sergio y Begoña.
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