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domingo, 4 de diciembre de 2016

El expreso de Tokio.


Konichiwa, babies.
¿Qué tal lleváis ese acueducto? Si no tenéis pasta para viajar, ¡siempre podéis visitar el país del Sol Muriente!

No tenéis más que pasaros por Elemental, para echar un vistazo a los artículos que hemos publicado sobre los orígenes de la novela criminal japonesa y sobre Edogawa Ranpo, el padre del misterio nipón y el subgénero erótico grotesco.
Pero antes, ¿qué os parece hacer una parada en el Japón de los cincuenta, de la mano de Seicho Matsumoto y la estupenda reseña que Pilar Narbón ha preparado de “El expreso de Tokio”?

Aunque si no has terminado la novela, te recomiendo que no leas el último párrafo.
¿Qué, preparados?

 ¡Pues lectores al tren!
 
 

El expreso de Tokio, de Seicho Matsumoto.
Por Pilar Narbón.

 No sabemos si es casualidad o una estratagema, pero la novela está armada con una estructura narrativa circular. Es cierto que los sucesos se narran de forma cronológica, y que el primer capítulo sitúa al sospechoso en el ámbito espacial y temporal de la estación de trenes de Tokio. Es cierto que su objetivo es conseguir testigos para fundar la certeza de que las víctimas son pareja. No es menos cierto que la intriga criminal se inicia con el presunto suicidio de esa pareja de posibles amantes y finaliza con el suicidio cierto de otra pareja de amantes imposibles. Las dos parejas: víctimas y asesinos perecen con la ingestión del mismo veneno. En torno a esa polaridad de sucesos idénticos se construye la trama novelística. Esa estrategia hace que consideremos que el relato pivota sobre una estructura circular o elíptica. Se vuelve al lugar donde se propicia la historia, no sólo a través del hecho repetido (el suicidio de dos amantes); también a través de la experiencia itinerante. El investigador Mihara, en busca de respuestas a sus sospechas, se ve obligado a repetir el mismo itinerario que el presunto homicida. Obcecado en encontrar una fisura en una coartada perfecta, lo vemos viajar de sur a norte y de norte a sur, en el expreso de Tokio. Si bien los espacios geográficos donde paran los convoyes únicamente se mencionan, el viaje es parte del enigma. El itinerario se convierte en un auténtico puzzle con ese enrevesado horario de trenes. El viaje físico e intelectual que realiza el detective para resolver el misterio del falso suicidio es también el viaje del lector. El narrador interactúa con el lector, para que este participe activamente en el proceso deductivo. A través de la fragmentación del relato, el lector hace suyas las sospechas de los dos investigadores y elabora conjeturas que a veces se descalabran. La complejidad del argumento reside en la exposición de hipótesis que unas veces se frustran, y otras se convierten en una madeja que se va desenredando. Pese a que ambos investigadores parten de una intuición, la investigación se desarrolla con irreprochable lógica. El interrogatorio de testigos, la comprobación de coartadas, el análisis de escenarios, se conduce con el rigor de la confirmación de pruebas.

Existe una sutil crítica social en torno a la corrupción, con un tono resignado de moraleja: que la corrupción no pasa factura y que los corruptos son premiados con un cargo político de mayor enjundia. La investigación de un caso de corrupción es el eje sobre el que gira la trama. Se inicia con la muerte del funcionario investigado  y su presunta amante. La vuelta de tuerca es que al final de la historia, las víctimas se convierten involuntariamente en verdugos, en una jugarreta irónica del destino.

Otra rareza de la estructura narrativa es la intervención de dos investigadores sin que veamos –como es de suponer- dos diferentes puntos de vista. Se evidencia que la perseverancia es el principal rasgo del perfil psicológico de los dos policías que intervienen en la resolución del caso. Su perspicacia se guía en principio por instinto. Algo les hace sospechar que un suicidio no es lo que parece ser. Van creciendo en profundidad a medida que perseveran en el planteamiento de hipótesis irrefutables. Desmontar las coartadas esgrimiendo pruebas, intenta demostrar que el instinto solo no funciona. La oposición entre los dos investigadores sólo opera en el aspecto físico. Frente al viejo y desastrado Torigai, se opone el joven y atildado Mihara. Sus caracteres constantes, disciplinados y metódicos se complementan. Se echa de menos –eso sí- una mayor diferencia en la manera de ser y comportarse en la investigación.

Además, resulta algo endeble el leit motiv y el perfil de la autora intelectual del crimen. Vertiginosamente resucitada, se convierte en una vengadora viajera que va y viene para matar. El asunto debería haberse centrado más en los motivos de la trama corrupta para eliminar a un testigo incómodo. Sin embargo pasa de puntillas por ese “móvil” y se fija en los irracionales celos y el rencor de una esposa despechada hacia la que cree su rival. Un tanto rocambolesco el desenlace, aunque propuesto desde la perspectiva de un final abierto a dos posibilidades.

1 comentario:

Cristina dijo...

Pilar, gracias por esta magnífica reseña. Me habría gustado ver la novela desde ese punto de vista, hubiera disfrutado más su lectura.