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domingo, 30 de octubre de 2016

UN PUENTE FICTICIO Y LITERARIO


Una de las pocas ventajas de estar en el paro, es que puedes ir donde quieras y cuando quieras. Sin excusas. Sin pretextos. Sin conmemorar santos, difuntos ni crucifixiones.

Por eso, en vez de este fin de semana, como todo el mundo, yo me construí un puente a medida el pasado, de viernes 21 a lunes 24, de Getafe Negro a Guadalajara gris, para hacer contactos literarios, abrazar amigos literales y recoger premios lectores.

Pero, como diría Moju, vayamos por partes, que esta historia empieza el viernes a las 8 de la mañana.

 ¿Por qué ese madrugón? Porque a las 10, había una mesa redonda en Getafe Negro sobre ciencia forense que no quería perderme, ya que participaba mi primer objetivo: J.M. Mulet.


Llegamos un poco tarde, así que el acto ya había empezado. Pero en cuanto entré en el salón de la Universidad Carlos III donde se celebraba, Mulet se quedó con mi cara. No tanto (o no solo) por mi apostura (que también), sino porque me había puesto la camiseta de las Ahorcadas.

¿Recordáis que hace dos entradas os hablé de Mulet? No era casualidad. Era un plan para que, cuando lo conociera, supiera de nosotros.

En cuanto terminé su estupendo ensayo, me faltó tiempo para reseñarlo (normalmente, dejo que las lecturas reposen antes de comentarlas, pero en este caso lo escribí sobre la marcha), y le pedí a Almudena que le tuiteara la crítica, para que entrara en nuestro blog, y en cuanto me viera con la camiseta, me identificara de inmediato.

Ay, ¡que gran psicópata se ha perdido el mundo!

Lo que no entraba en mis maquiavélicos planes para conquistar el mundo literario era que, cuando levanté la mano para hacer una pregunta (craso error, preguntar en una mesa con dos argentinos y un micrófono), el moderador me llamara por mi nombre.

Y es que, resulta que había sido profesor de periodismo en Cuenca y había estado en el club de lectura un par de veces (todos los caminos llevan a Roma, pero antes pasan por Cuenca).

Terminada la charla, pude al fin cumplir mi primer objetivo: fichar a Mulet para nuestro hipotético festival. Y de propina, dar un abrazo a Pere Cervantes, que acababa de llegar desde Castellón.

Un bocata de tortilla más tarde (todavía andábamos en ayunas a mediodía) entramos de nuevo en la sala, para escuchar a Manuel Marlasca (experto en corrupción de la Sexta), Cruz Morcillo (periodista de sucesos de ABC con varios libros premiados de no ficción) y Juan Rada (veterano director de El Caso) hablando sobre periodismo de sucesos. Y aunque al final, la cosa se alargó hasta las dos horas y pico, fue una auténtica gozada escucharles.


Y más todavía, que al acabar, Cruz se me acercara y me llamara también por mi nombre, ¡cuando yo ni siquiera recordaba que nos hubieran presentado jamás! (así me va con las mujeres….)

Entonces, gracias al omnipresente y casi omnipotente Lorenzo Silva, conocí a Carlos Soto, autor de la más que recomendable “El carbonero” que acababa de leer, con quien compartí una interesantísima (y ultrafriki) conversación durante la mesa y la sobremesa.

Total, que hasta las 4 y pico no salimos de la bulliciosa cafetería de la Universidad, y no me enteré de las llamadas perdidas de Juan Carlos Galindo, el plumilla de elemental, con quien quedé en “el anticuario”.

Cuando llegamos al bar, tras dejar las cosas en el hostal donde habíamos reservado habitación, fuera nos encontramos con Víctor del Árbol y Eva Olaya, más conocidos como Naranjito y la increíble chica Versátil, y con la sorpresa de que Galindo estaba no solo con Marta y Rubén (la rubia pelirroja y el rey de los chistes malos), sino además con Empar Fernández (próximamente, en las Ahorcadas), Nieves Abarca (próximamente, en las Ahorcadas) y Clara Peñalver (próximo objetivo para las Ahorcadas, a la que, por supuesto, aproveché para echar el guante).


No en vano, a las 6 todos ellos tenían que participar en una mesa de seis.

Una mesa, que para que negarlo, fue un verdadero caos, pues no tenía sentido ninguno, y pronto surgió el tan manido como manoseado tema de los límites del género, que ya me aburre hasta a mí.

Por eso, cuando iba por la mitad (en Getafe, muchos actos eran de dos horas), me alegré tanto cuando mi padre me susurró que acababa de llegar Domingo Villar y aprovechamos para tomarnos algo con él y la siguiente remesa de autores que habían venido para la mesa de las 8, entre ellos, otra conocida del club, Berna González Harbour.
Y como el leiv motiv de esa última presentación eran dos antologías, los invitados le echaron un poco de cuento y algo de desparpajo y leyeron algunos textos breves, entre los que destaco, no por amistad, el de Empar y el del propio Domingo.

Para cerrar esta primera y maratoniana jornada, tuvimos el placer de compartir mesa cuadrada con Víctor y Eva, y de irnos a dormir, más pronto que tarde, más muertos que vivos, no sin antes despedirnos de Pere y Clara.

A la mañana siguiente, no había ningún acto. Y menos mal, porque me la pasé entera en la Academia de oposición. De hecho, no pudimos volver hasta casi las 5, para abrazar al hermano Bassas, nuestro flamante Tordo…digo Tormo Negro, que además, me tenía preparada una sorpresa digna de Isabel Gemio (aunque por desgracia, sin perro ni mermelada).

Un ejemplar dedicado de su nueva novela.

Vaya chorrada, pensará más de uno.

Cualquiera puede tenerlo.

Y así es, porque si te compras “Un mal trago”, la tercera entrega de la serie Corominas, tú también tendrás un ejemplar dedicado… ¡a mí!
  
Tras agradecérselo todo lo efusivamente que me permitieron mis pilas descargadas y el poco tiempo que tuvimos, a las 6 fuimos a ver otra mesa.

Otra mesa de dos horas… ¡con seis argentinos! ¡A quién en su sano juicio se le ocurre sentar a seis escritores argentinos!

Por eso, no tuvimos más remedio que salirnos a la mitad para coger fuerzas. Volvimos para la mesa de las 8, que trataba sobre un tema que nos toca muy de cerca: los festivales, en el que participaban algunos de sus organizadores, entre ellos Bassas, Jesús Lens y Santiago Álvarez, que hizo un alegato en favor del nuestro que agradezco profundamente.


Cerramos la jornada con la gamberra presentación de Obscena, la antología de relatos pornocriminales orquestada por Juan Ramón Biedma, a quien también tuve ocasión de abrazar, con la presencia, entre otros, del inimitable Fernando Marías, a quién también le vendí la moto, con éxito.


Casi sin fuerzas, nos recogimos a eso de las 2, y quedamos para desayunar con Bassas al día siguiente, antes de poner rumbo a Cuenca a mediodía.

Ya el lunes, nuevo madrugón para estar a las 11 en la biblioteca de Guadalajara, acompañados por Olga Muñoz, la directora de nuestra biblioteca.

Viaje meteórico donde los haya, porque llegamos a la ciudad poco antes de las 11 y partimos de nuevo a eso de la 1, tras la I ceremonia de entrega de premios a la excelencia en bibliotecas, donde como sabéis recogimos el galardón como mejor club de lectura de la región e intenté hablar con el viceconsejero sobre el tema del festival.


Y sin comerlo ni beberlo (ni un triste vaso de Fanta nos dieron), estábamos de vuelta en la ciudad del crimen con nuestro premio, que no obstante, supuso el broche ideal para el puente ficticio y literario que acabo de contaros.

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