Una de las pocas ventajas de estar en el
paro, es que puedes ir donde quieras y cuando quieras. Sin excusas. Sin
pretextos. Sin conmemorar santos, difuntos ni crucifixiones.
Por eso, en vez de este fin de semana,
como todo el mundo, yo me construí un puente a medida el pasado, de viernes 21
a lunes 24, de Getafe Negro a Guadalajara gris, para hacer contactos
literarios, abrazar amigos literales y recoger premios lectores.
Pero, como diría Moju, vayamos por partes,
que esta historia empieza el viernes a las 8 de la mañana.
¿Por
qué ese madrugón? Porque a las 10, había una mesa redonda en Getafe Negro sobre
ciencia forense que no quería perderme, ya que participaba mi primer objetivo:
J.M. Mulet.
Llegamos un poco tarde, así que el acto ya
había empezado. Pero en cuanto entré en el salón de la Universidad Carlos III
donde se celebraba, Mulet se quedó con mi cara. No tanto (o no solo) por mi
apostura (que también), sino porque me había puesto la camiseta de las Ahorcadas.
¿Recordáis que hace dos entradas os hablé
de Mulet? No era casualidad. Era un plan para que, cuando lo conociera, supiera
de nosotros.
En cuanto terminé su estupendo ensayo, me
faltó tiempo para reseñarlo (normalmente, dejo que las lecturas reposen antes
de comentarlas, pero en este caso lo escribí sobre la marcha), y le pedí a
Almudena que le tuiteara la crítica, para que entrara en nuestro blog, y en
cuanto me viera con la camiseta, me identificara de inmediato.
Ay, ¡que gran psicópata se ha perdido el
mundo!
Lo que no entraba en mis maquiavélicos
planes para conquistar el mundo literario era que, cuando levanté la mano para hacer
una pregunta (craso error, preguntar en una mesa con dos argentinos y un
micrófono), el moderador me llamara por mi nombre.
Y es que, resulta que había sido profesor de
periodismo en Cuenca y había estado en el club de lectura un par de veces (todos
los caminos llevan a Roma, pero antes pasan por Cuenca).
Terminada la charla, pude al fin cumplir mi
primer objetivo: fichar a Mulet para nuestro hipotético festival. Y de propina,
dar un abrazo a Pere Cervantes, que acababa de llegar desde Castellón.
Un bocata de tortilla más tarde (todavía
andábamos en ayunas a mediodía) entramos de nuevo en la sala, para escuchar a
Manuel Marlasca (experto en corrupción de la Sexta), Cruz Morcillo (periodista
de sucesos de ABC con varios libros premiados de no ficción) y Juan Rada
(veterano director de El Caso) hablando sobre periodismo de sucesos. Y aunque
al final, la cosa se alargó hasta las dos horas y pico, fue una auténtica
gozada escucharles.
Y más todavía, que al acabar, Cruz se me acercara
y me llamara también por mi nombre, ¡cuando yo ni siquiera recordaba que nos hubieran
presentado jamás! (así me va con las mujeres….)
Entonces, gracias al omnipresente y casi
omnipotente Lorenzo Silva, conocí a Carlos Soto, autor de la más que
recomendable “El carbonero” que acababa de leer, con quien compartí una
interesantísima (y ultrafriki) conversación durante la mesa y la sobremesa.
Total, que hasta las 4 y pico no salimos
de la bulliciosa cafetería de la Universidad, y no me enteré de las llamadas
perdidas de Juan Carlos Galindo, el plumilla de elemental, con quien quedé en “el
anticuario”.
Cuando llegamos al bar, tras dejar las
cosas en el hostal donde habíamos reservado habitación, fuera nos encontramos con
Víctor del Árbol y Eva Olaya, más conocidos como Naranjito y la increíble chica
Versátil, y con la sorpresa de que Galindo estaba no solo con Marta y Rubén (la
rubia pelirroja y el rey de los chistes malos), sino además con Empar Fernández
(próximamente, en las Ahorcadas), Nieves Abarca (próximamente, en las
Ahorcadas) y Clara Peñalver (próximo objetivo para las Ahorcadas, a la que, por
supuesto, aproveché para echar el guante).
No en vano, a las 6 todos ellos tenían que
participar en una mesa de seis.
Una mesa, que para que negarlo, fue un
verdadero caos, pues no tenía sentido ninguno, y pronto surgió el tan manido
como manoseado tema de los límites del género, que ya me aburre hasta a mí.
Por eso, cuando iba por la mitad (en
Getafe, muchos actos eran de dos horas), me alegré tanto cuando mi padre me susurró
que acababa de llegar Domingo Villar y aprovechamos para tomarnos algo con él y
la siguiente remesa de autores que habían venido para la mesa de las 8, entre
ellos, otra conocida del club, Berna González Harbour.
Y como el leiv motiv de esa última presentación
eran dos antologías, los invitados le echaron un poco de cuento y algo de
desparpajo y leyeron algunos textos breves, entre los que destaco, no por
amistad, el de Empar y el del propio Domingo.
Para cerrar esta primera y maratoniana
jornada, tuvimos el placer de compartir mesa cuadrada con Víctor y Eva, y de
irnos a dormir, más pronto que tarde, más muertos que vivos, no sin antes
despedirnos de Pere y Clara.
A la mañana siguiente, no había ningún
acto. Y menos mal, porque me la pasé entera en la Academia de oposición. De
hecho, no pudimos volver hasta casi las 5, para abrazar al hermano Bassas,
nuestro flamante Tordo…digo Tormo Negro, que además, me tenía preparada una
sorpresa digna de Isabel Gemio (aunque por desgracia, sin perro ni mermelada).
Un ejemplar dedicado de su nueva novela.
Vaya chorrada, pensará más de uno.
Cualquiera puede tenerlo.
Y así es, porque si te compras “Un mal
trago”, la tercera entrega de la serie Corominas, tú también tendrás un
ejemplar dedicado… ¡a mí!
Tras agradecérselo todo lo efusivamente
que me permitieron mis pilas descargadas y el poco tiempo que tuvimos, a las 6 fuimos
a ver otra mesa.
Otra mesa de dos horas… ¡con seis
argentinos! ¡A quién en su sano juicio se le ocurre sentar a seis escritores
argentinos!
Por eso, no tuvimos más remedio que
salirnos a la mitad para coger fuerzas. Volvimos para la mesa de las 8, que
trataba sobre un tema que nos toca muy de cerca: los festivales, en el que
participaban algunos de sus organizadores, entre ellos Bassas, Jesús Lens y
Santiago Álvarez, que hizo un alegato en favor del nuestro que agradezco
profundamente.
Cerramos la jornada con la gamberra
presentación de Obscena, la antología de relatos pornocriminales orquestada por
Juan Ramón Biedma, a quien también tuve ocasión de abrazar, con la presencia,
entre otros, del inimitable Fernando Marías, a quién también le vendí la moto,
con éxito.
Casi sin fuerzas, nos recogimos a eso de
las 2, y quedamos para desayunar con Bassas al día siguiente, antes de poner
rumbo a Cuenca a mediodía.
Ya el lunes, nuevo madrugón para estar a
las 11 en la biblioteca de Guadalajara, acompañados por Olga Muñoz, la directora
de nuestra biblioteca.
Viaje meteórico donde los haya, porque
llegamos a la ciudad poco antes de las 11 y partimos de nuevo a eso de la 1, tras
la I ceremonia de entrega de premios a la excelencia en bibliotecas, donde como
sabéis recogimos el galardón como mejor club de lectura de la región e intenté
hablar con el viceconsejero sobre el tema del festival.
Y sin comerlo ni beberlo (ni un triste vaso de Fanta nos dieron), estábamos de vuelta en la ciudad del crimen con nuestro premio, que no obstante, supuso el broche ideal para el puente ficticio y literario que acabo de contaros.
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