Por Leonilde Álvarez.
Hemos comenzado el curso de novela negra japonesa con
una selección de relatos de Edogawa Rampo y Okamoto Kido, de principios del
siglo XX.
Empezamos con el detective Hanshichi, que gracias a su
perspicacia reconoce a los asesinos basándose en su conocimiento de la sociedad
en la que vive. No es un detective con
un oscuro pasado ni necesita apenas
pistas, va a por el culpable y después comparte con los lectores como ha
solucionado el caso.
En sus cuentos,
vamos aprendiendo sobre la vida japonesa en las primeras décadas del siglo XIX
y encontrando algunos paralelismos con nuestra propia sociedad de la misma
época.
Con Edogawa Rampo, nos asomamos a la vida y costumbres del siglo XX. Son
historias interesantes y fáciles de leer. Tienen ingenio, pero su desarrollo es
bastante ingenuo. El autor utiliza el recurso de la carta en varios relatos
para desarrollar las tramas o finalizarlas.
Después llegó el plato fuerte: “Moju, la bestia ciega”,
una novela corta plagada de potentes imágenes mentales que impresionan, un
clásico del género negro que nos presenta a un asesino ciego que seduce por
medio del tacto y que ha creado su propia habitación del terror para las pobres
mujeres que se le cruzan en su camino. Un poco gore, nos hace dudar sobre actividades
tan inocentes como tomar un masaje.
En conclusión, es literatura popular, fácil de leer,
con tramas cortas e ingeniosas para enganchar a los lectores y de vez en cuando
hay un relato que nos impresiona por la
imaginación del autor y por la fascinación que sentimos al leer sobre el país
del sol naciente.
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