Por Sergio Vera Valencia.
En 2010, Carlos Salem me convenció para asistir al taller
para jóvenes escritores que impartió en la Semana Negra. Pero al terminar la
primera sesión, el cabrón desapareció tras algún tanga de Piolín y me quedé
solo y con cara de gilipollas.
Andaba buscando mi móvil para que alguien me rescatase, cuando
una voz me preguntó si necesitaba ayuda. Era un chaval algo más mayor que yo,
de acento terriblemente murciano, que ya había publicado un par de libros de
fantasía (mientras que el resto de participantes no habíamos firmado ni un
triste relato en un fanzine), por lo que se rumoreaba que solo se había
apuntado al taller para que la organización le facilitara tickets de comida y
alojamiento gratis.
Mientras tomábamos algo, para romper el hielo (y nunca mejor
dicho), le pregunté si no tenía pensado escribir novela negra. Y ni corto ni
perezoso, me dijo que ya había escrito varias, una de las cuáles había quedado
finalista del premio Lengua de Trapo, pero que todavía no había conseguido
publicar.
El tipo se llamaba Claudio Cerdán, y el libro “El país de los
ciegos”, un novelón nigérrimo donde retrataba los bajos fondos de Alicante al
más puro estilo GTA Light City que finalmente aparecería en 2011, y que se alzó
con el premio Novelpol y quedó finalista del Memorial Silverio Cañada, que a mi
juicio debería haber ganado.
Desde entonces, sigo con admiración y gran interés la carrera
delictiva de Claudio, “el pequeño César" del género negro ibérico. Un joven escritor
tan prolífico como versátil, que en 2013 publicó en la editorial de ese mismo
nombre la incomprensiblemente olvidada “Cien años de perdón” (que nada tiene
que ver con la película) sobre un policía corrupto inmerso en mil y un delitos,
y en 2014 “Un mundo peor”, premio Tenerife noir, un hard-boiled clásico sobre
un detective alcoholizado y triste en busca de un niño desaparecido bastardo de
Ross MacDonald.
Todavía en 2014, Cerdán dio un nuevo giro a su obra,
publicando ese delicioso e inclasificable pulp a caballo entre la novela
histórica, la bélica, el noir, el western y la fantasía, que Alrevés editó como
“La revolución secreta” que por desgracia hizo honor a su título, pues pasó sin
pena ni gloria por las librerías.
Como también, la que hasta ahora era su última criatura,
“Sangre fría”, una irreverente parodia del género zombi en clave de crook sttory,
rollo Tarantino de la España profunda.
Por eso, cuando hace poco me
enteré de que Claudio tenía libro nuevo bajo pseudónimo, me faltó tiempo para interesarme
por el libro, que gracias a Ediciones B, pude disfrutar antes de que saliera a
la calle.
Y como siempre, Claudio se ha vuelto a reinventar y a dejarme
patidifuso con su talento.
Porque, ¿cómo carajo es posible que un acho de Yecla, que
para más inri vive en Suecia, ambiente una novela negra en Estados Unidos y
resulte tan creíble?
Pero vayamos por partes. Empecemos por el principio. Y el arranque
de “El club de los mejores” es de los que dejan sin aliento:
Una noche, alguien aporrea con insistencia la puerta de Walter,
un ingeniero acomodado de Mineápolis. Resulta ser Cormac, Un amigo de la
infancia, que arrastra una bolsa llena de billetes, mentiras y problemas que tienen
su origen en un secreto de treinta años atrás, que pondrán la vida de Walter
patas arriba.
Así comienza este adictivo thriller con más giros que una peonza
de Pierre Lemaitre, de lenguaje y ambientación tan hollywoodiense que nos
parecerá estar leyendo una película americana, con continuas alusiones a la
infancia, que ha hecho que sea comparado con “Mystic River”.
Una de esas novelas magnéticas que resulta difícil soltar, y
que no deja de sorprender al lector sin necesidad de regar sus cuatrocientas páginas
de cadáveres.
El libro más accesible de Claudio Cerdán, con el que espero
que al fin logre llegar al gran público, ya que sin duda estamos ante el
miembro más joven del “club de los mejores” criminales literarios del país.
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