Al sentarse, vio el periódico sobre la mesilla baja.
Se dobló y leyó la portada. El proceso soberanista. Empezó a pasar las páginas,
a leer los titulares. «35.000 familias desahuciadas el último año». «Crece el
15 % el patrimonio de las seis fortunas más importantes del país». Fue directo
a la del horóscopo. Leyó el suyo: «Hoy lo verás todo de color de rosa, estarás
cargado de energía positiva. Ante ti se abre un espléndido horizonte».
…. Con todo esto he perdido el apetito —dijo—. El
sueldo no es gran cosa, la verdad. No sé si vale la pena continuar en el
bufete. Y además es un trabajo duro, desagradable en ocasiones, pero alguien
tiene que hacerlo, ¿no? —Se llevó una mano a la cabeza—. Sigo enviando mi
currículum a otras empresas, pero las respuestas tardan en llegar. No sé, a lo
mejor tendré que irme al extranjero. —Dejó escapar un suspiro—. Este país es
una mierda. Estoy harta de tragedias.
La tragedia, se dijo Milo, era que una joven preparada
como la que tenía delante tuviera que plantearse marchar al extranjero para
encontrar un trabajo digno mientras la ministra de Empleo negaba que hubiera
emigración, sino movilidad exterior. Esa era la verdadera tragedia, concluyó
para sí, que la incompetencia de los gobernantes iba a destrozar a toda una
generación, arrebatándoles el futuro, al tiempo que se conformaban con soltar
frasecitas falsas para tranquilizar a una población amordazada.
—Haz las maletas y lárgate, Cristina —dijo—. Y cuanto
más lejos, mejor. A un país civilizado.
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