Aro Sáinz de la Maza nació en 1959 en Barcelona, ciudad en la que cursó sus estudios universitarios y donde reside.
Desde que debutara como escritor hace dos
décadas con “Nada es azul”
(Montesinos, 1997), ha publicado un total de veintitrés obras de géneros muy
diferentes. Desde novelas para adultos como “La mujer de judas” (Montesinos, 1998), novelas juveniles como “El jugador de frontón” (La Galera, 2001),
recopilaciones de relatos tradicionales como “Cuentos de todos los colores” (RBA, 2004) y hasta libros de
divulgación como “Como cura la musicoterapia”
(RBA, 2003).
Una labor creativa que durante años
compaginó con la de corrector y editor de mesa para distintos sellos.
P: ¿Cómo edita un escritor?
Al conocer ambos lados de la barrera, con
mayor facilidad que un editor no escritor.
P: Y tras varios años editando títulos para
RBA serie negra, Anik Lapointe te reta a ponerte del otro lado, ¿cómo escribe novela
negra un editor de género? ¿Cuáles fueron tus referentes?
¿Con mayor responsabilidad, tal vez?
Respecto a mis referentes, fueron todos y ninguno. Cuando digo “todos”, me
refiero a los maestros de aquí y a muchos de fuera. Pero luego, a la hora de
sumergirme en la escritura, los borré de mi cabeza y procuré que fluyera mi
propia manera de hacer las cosas.
P: Esa primera novela se llamó “El asesino
de La Pedrera”, recibió la mención del jurado en el V Premio de novela negra
RBA 2012, y fue un verdadero bombazo en España y en Francia, donde vendió
decenas de miles de ejemplares, ¿cómo viviste el fenómeno?
Lo viví, y lo sigo viviendo, con una
mezcla de asombro e incredulidad, en un estado permanente de levitación.
P: Después de investigar un asesino en
serie inspirado en la obra de Gaudí, el inspector Milo Malart volvió en 2016 con
“El ángulo muerto”, una novela mucho más personal y comprometida, que hunde sus
raíces en la crisis, ¿cuál ha sido la acogida de tus editores y lectores?
A pesar del cambio de registro, igual de entusiasta
que con la primera e incluso superior. Y aquí respiré con alivio. Ahora asisto
como un niño con zapatos nuevos al debate que se ha abierto sobre cuál de las
dos es la preferida de los lectores.
P: La trama principal gira en torno al asesinato
de Carolina Estrada, una estudiosa estudiante de Derecho e hija aparentemente ejemplar,
que trabaja de becaria en un bufete que se dedica al cobro de morosos, pero
cuya familia apenas llega a fin de mes, ¿ ¿por qué un caso tan paradójico para diseccionar
la crisis?
Hoy la realidad es pura contradicción.
Surrealista, podríamos decir. Diseñé así este caso porque me permitía mayor
eficacia y economía de medios a la hora de retratar la situación que nos ha
tocado vivir.
P: Al mismo tiempo, empiezan a aparecer
perros empalados en parques de la ciudad, ¿no te pasaste un poquito con el
modus operandi?
La maldad del ser humano no tiene límites,
como demuestra los casos ocurridos en la realidad con modus operandi mucho más
perversos y salvajes, y me estoy refiriendo a torturas grabadas en directo y
luego colgadas en la red donde se muestra la agonía y el sufrimiento del
animal… Lo mío, en comparación, es Disneylandia. Y además, esta forma responde
a un motivo, tiene un porqué en la trama. No es gratuita.
P: Conforme Malart vaya investigando, irá
conociendo verdaderos dramas, como el de la familia de parados que solo
encienden la estufa cuando viene el niño y que ha tenido que vender el coche
para comprarle unos zapatos, o la de un conductor de autobuses que denuncia que
intentaron dejarle a un anciano con demencia dando vueltas por la ciudad porque
su familia no tenía dinero para dejarlo en una residencia…. ¿son historias reales
o realistas?
Aunque parezcan ficción, son absolutamente
reales, todas tienen nombre y apellidos. Y esto es lo escalofriante.
P: A pesar de las continuas
manifestaciones por techo, trabajo y comida, cuando Milo lee los periódicos, en
portada siempre aparece el proceso
soberanista, ¿crees que en Cataluña se ha utilizado como una cortina de
humo para que la gente no vea lo que está pasando?
En Cataluña, como en el resto del Estado,
hay una realidad social y una realidad política. Y no siempre ambas van de la
mano. Cada cual, en función de sus intereses, conciencia y problemática, decide
qué es más urgente solucionar, si las prioridades sociales o las políticas, lo
que a veces ha provocado paradojas muy sangrantes.
P: Dejando a un lado la trama, el
personaje de Milo Malart resulta fascinante, con esa mezcla de don para
empatizar con los asesinos y de maldición a la hora de hacerlo con sus supuestamente
colegas, ¿cuál fue su proceso de construcción, visto que conozco pocos ejemplos
en que personaje y autor sean tan diferentes?
Fue un proceso muy largo y trabajoso. Primero,
porque mi objetivo es la ficción, no la autobiografía; y segundo, porque uno de
los rasgos característicos de Milo Malart es ser, precisamente, escurridizo.
Constantemente se me escapaba. Para conocerlo a fondo, tuve que escribir primero
su vida al completo, un archivo de una extensión similar a la de las dos
entregas juntas… Y aún así, me seguía costando comprenderlo. Hasta que un día,
cuando él quiso, y solo cuando él quiso, se sentó a mi lado y por fin pude
hacerme con él. Sin embargo, es un tipo que hoy todavía me continúa descolocando…
P: Por cierto, que el inspector ha pasado
de leer libros de autoayuda a horóscopos, ¿por qué ese cambio y por qué
astrología?
Dejó de leer libros de autoayuda cuando comprobó
que no existía uno que pudiera serle de utilidad en su caso personal. Tras esta
claudicación, me pareció lógico que levantara la vista al cielo y buscara ayuda
en las estrellas. El problema es que, con los horóscopos de la prensa, que poco
o nada tiene que ver con la astrología, se encontró la misma falta de rigor…
P: Aunque en “El asesino de La Pedrera” Malart estaba muy unido a la jueza Cabot y
tiene un escarceo amoroso con su compañera, la subinspectora Rebeca Mercader, en
esta ocasión Milo se aísla mucho más, ¿Podrías contarnos un poco sobre sus circunstancias
familiares?
Milo vive con el freno de mano puesto. Su
padre desarrolló la esquizofrenia, y ahora le ocurre lo mismo a su hermano
mayor. Dos de tres. Le angustia pensar que ese es el futuro que le aguarda. Y
debido a su lealtad con su círculo más cercano, a la mínima que siente que un
lazo se estrecha se ve en la obligación de cortarlo. Posee una rara coherencia
interna que no hace más que complicarle la vida. De ahí su aislamiento
voluntario.
P: Solo se mostrará accesible con un
pastor mallorquín al que le pone por nombre Tío, ¿por qué con un perro y no con
una persona?
Porque, para Milo, la relación con un
perro no se basa en palabras, sino en hechos, y porque surge de lo instintivo,
sin condiciones. No caben las malas interpretaciones ni las circunvalaciones
mentales.
P: Otro aspecto que merece la pena
destacar de “El ángulo muerto” es el
estilo. Está mimado a la coma, así que la lectura fluye como pocas, ¿se
atrevieron a tocarte alguna letra? Quien edita a un editor…. ¿también tiene
cien años de perdón, o más?
Creo en el trabajo en equipo. Llega un
momento en que unos ojos frescos son imprescindibles. Después de repasar el
texto en innumerables ocasiones, tus ojos ya no leen, pasan la mirada sobre las
frases, lo que te invalida para detectar errores en la parte final del proceso.
¡Por supuesto que me propusieron cambios! Y no solo el departamento de edición de
RBA, sino también un reducido grupo de sabios y expertos amigos y amigas, como
consta en “Agradecimientos” al final de la novela, que me hicieron reflexionar
y sudar de lo lindo. Todos se merecen, como mínimo, cien estatuas en cien plazas
de la ciudad.
P: Especialmente brillantes, a mi juicio, son
los diálogos del libro, que suenan naturales y naturalistas, radiografiando con
maestría la personalidad y el nivel sociocultural de cada personaje, ¿has
tenido que trabajarlos mucho o tienes el oído así de fino gracias a la
Musicoterapia?
La clave de los diálogos es el trabajo.
Pulirlos una y otra vez hasta que suenen naturales. Suelo leerlos en voz alta
para detectar los chirridos. La idea es dar a cada personaje su propia voz, su
propia “musicalidad”. No hay nada como pegar la oreja en conversaciones ajenas,
por ejemplo en los transportes públicos, para cazar voces. Otra clave es condensarlos
al máximo. En los diálogos, menos es más.
P: Después de un thriller con serial
killer y de una novela negra tan social como esta, ¿qué espera a Milo Malart?
Un nuevo caso con un nuevo cambio de
registro. Dicho de otra manera, un nuevo desafío. Pero eso sí, manteniendo
inalterable a Milo Malart. Bueno, tal vez no del todo. Pero hasta aquí puedo
leer.
P: Para terminar, ¿podrías recomendarnos
tres de tus crímenes literarios favoritos?
¿Solo tres? ¡Va a ser tarea imposible! “Ocho
millones de maneras de morir”, de Block; “El último buen beso”, de Crumley;
“Alex”, de Lemaitre; cualquiera de Fred Vargas, o de Rankin, o de Indridason, o
de… ¿cuántas llevo?
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