Imagen de La Tribuna de Cuenca
Jesús de las Heras (Cuenca, 1943) ha
sido periodista durante casi toda su vida en medios como TVE, la voz de
Albacete o El País.
Pero antes, allá por los lejanos años
sesenta, Jesús fue maestro aquí. Y cuando digo aquí, no me refiero a Cuenca,
que también, sino a aquí, en las Escuelas Aguirre.
¿Qué se siente al volver al cole casi
medio siglo después?
SINCERAMENTE, EMOCIÓN. El haber sido
maestro de escuela primaria me ha marcado en muchos aspectos. Y haberlo sido
aquí, en Aguirre, fue muy positivo y tengo muy buenos recuerdos.
Por aquel entonces, a la vez que
trabajaba como maestro ya empezaba a hacer periodismo, aquí, en Diario de
Cuenca y pude comprobar que la denuncia de lo oculto en la escritura, la prensa
o los libros, tiene gran influencia social.
Paralelamente a su labor
periodística, durante la Transición desarrolló una curiosa carrera literaria,
publicando libros sobre temas tan variopintos como “La España de los quinquis” (Planeta,
1974), “El año Arias” (1975), “El último año de Franco” (1976), “El caso
Mestre” (1985) y el que sin duda es mi favorito, “Los chistes verdes españoles”
(1980).
¿Podrías refrescarnos la memoria histórica
y hablarnos sobre el caso Mestre y los quinquis?
Esos libros fueron consecuencia del
trabajo periodístico y del momento histórico. Y los de Arias y Franco, dos
diarios políticos de esos años, de hechos y declaraciones, para que su conjunto
diera idea exacta de la situación crítica que atravesaba el país.
El caso Mestre, para aportar algo de
esclarecimiento sobre un envenenamiento masivo, el síndrome tóxico. Y los
quinquis, por la marginalidad existente, tema que entonces, en dictadura, era
como nombrar la bicha.
¿Y podrías contarnos el chiste más
verde que recuerdes?
No me tira el contar chistes, al
menos en frío. Lo siento, pero ahora no puedo.
El libro de los chistes verdes lo
hice para contribuir a romper el tabú de la sexualidad todavía persistente en
nuestra sociedad, y por eso, además de los chistes, incluí varias entrevistas
con diversos intelectuales. Me costó mucho escribirlo porque es muy difícil
trasladar al lenguaje escrito el lenguaje oral de un chiste verde sin que
pierda su gracia y no resulte obsceno.
Tras
un largo paréntesis, en 2011 debutó como novelista con Silencio en Belvalle,
con la que se alzó con el premio Alfonso VIII que promovía la Diputación
provincial de Cuenca, y en los últimos años ha publicado varios libros de
divulgación histórica, sobre la Orden de Santiago, la Orden de Calatrava,
Alfonso el de las Navas y este mismo año, sobre la historia de la Espada.
¿No crees que sea injusto para los historiadores
que alguien que dio clase a Alfonso VIII como tú se dedique a la divulgación?
Eres un cabroncete. Soy viejo pero no
tanto. Yo no le di clases a Alfonso VIII, sino que estudié bachiller en el
instituto Alfonso VIII, y en parte por eso he escrito sobre él.
Con las órdenes de Calatrava y de
Santiago me pasó algo parecido: me metí con ellas por afinidad
histórico-geográfica, y la historia de la Espada ha sido una derivación, en
parte, lógica: tanta batalla y tanta espada con las que me topé en los
anteriores libros me movieron a indagar sobre esta herramienta con la que el
hombre ha ido andando a lo largo de la historia.
¿Qué te llevó a adentrarte en la
novela después de tanto tiempo sin dar ni tecla y tanta no ficción?
Un pequeño reto conmigo mismo. A mí
me gustaba escribir relatos y publiqué varios en Diario de Cuenca, pero luego,
el periodismo puro y duro me absorbió. Así, una vez jubilado, me dije: escribe
otro relato ahora. Y salió Silencio en Belvalle.
¿Y por qué en la negra? ¿Y por qué
ambientarla aquí cuando llevabas toda la vida en Madrid?
Ciertamente, Belvalle tiene mucho de
Cuenca, porque en el esquema inicial del relato quise partir de una
localización que me fuera fácil, conocida, y quise que fuese algo negro porque
me lo pedía el cuerpo: estaba harto de ver basura en el país.
Lo primero que me llamó la atención
en el libro, es su estilo, porque a pesar de ser tu primera novela, salvo en
los pasajes bucólicos, en que para mi gusto el texto resulta un poco barroconquense, el resto de la obra está
maravillosamente escrita, y para nada parece de un autor novel, pero tampoco de
un periodista, ¿cuáles fueron tus referentes?
Bueno, me planteas muchas cosas.
Primero, lo de barroconquense. Sí,
quizás hay alguna descripción y algún costumbrismo excesivos. Menos mal que
también te parece “maravillosamente escrita”, muchas gracias.
Y en cuanto a mis referentes, me basé, además de en mis
experiencias, en lo leído, aunque no era mucho, de este género de novela, para
ser coherente con ella y, a la vez, para ser algo distinto. O sea, la novela
negra clásica tenía que estar en Belvalle, pero no todo tenía que ser estilo
norteamericano sino también un poco costumbrista. Y en parte tuve muy en cuenta
la novela Tiempo de silencio,
de Luís Martín Santos, que ya en 1961 criticó las trabas sociopolíticas
existentes en España para llevar a cabo investigaciones que mejorasen la vida
ciudadana (en aquel caso eran de carácter científico). Quizás en el coloquio podamos abundar sobre
todo esto.
Con todo, me parece que la trama es
una mera excusa para el verdadero fin de la novela, que no es otro que retratar
Cuenca y criticar sus usos y costumbres.
Así que lo primero, cómo fuiste tan
cobarde para rebautizarla como Belvalle.
No hay cobardía ni valentía en este
caso con respecto a una ciudad concreta. Belvalle es Belvalle, no es Cuenca. Por
supuesto era consciente de que Belvalle podía ser, y debía ser, identificada
con Cuenca, pero Belvalle es cualquier pequeña ciudad de provincia española.
¿Son reales también los personajes?
Todos los personajes de una novela
son siempre ficticioreales, perfiles basados en personas, pero en el caso de
Belvalle no retratan a nadie en concreto y, simplemente, algún perfil sirve
para tejer la trama.
Por si fuera poco, destapas una trama
de corrupción inmobiliaria, mucho antes de que el tema estuviera de moda, ¿o es
que este tema siempre lo ha estado entre los políticos?
La corrupción inmobiliaria era tema
que ya me era conocido desde la época del franquismo, que fue creciendo y que
ya se había empezado a abordar en la novela negra española en la época democrática.
Cuando me planteé escribir Silencio en Belvalle tenía claro que esa corrupción sería parte
principal de la trama. Y esta podredumbre no ha dejado de crecer.
Tanto provincianismo y tanto cacique
abruma a Dolores, que es una mujer con ganas de volar, pero atrapada en una
jaula dorada, algo que choca con la visión idílica de Belvalle que transmiten
personajes como Fernando Torres.
¿Con quién coincides más, con la
profesora o con el periodista?
En ese ambiente, el personaje del
periodista local Fernando Torres representa el entrañable individuo que ama a
su ciudad, aunque haya cosas de ella que no le gusten y por las que no pelea
demasiado, quizás porque es difícil hacerlo en una ciudad pequeña. Mientras que
el personaje de la profesora de Bellas Artes, Dolores Campos, representa el
elemento incómodo en una sociedad asfixiante y en parte corrupta. Y ella me
gusta más.
Por último, si a la primera fue la
vencida, y te llevaste un premio, ¿por qué no has vuelto a recalar en la novela
en general y en la negra en particular?
Algunas
veces me tienta novelar alguna historia que conozco, sin determinar a
priori la forma o el género, pero eso es
algo que está ahí, flotando simplemente. Más probable es que reinicie algo
negro, quizás un día de estos.
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