El notas llegó tarde. Tarde y con cara de morirse de hambre.
La misma jodida cara de hambre que debía tener yo.
Pero cuando lo abracé, me quedé tranquilo.
No, el notas no se moriría de hambre.
Pero bueno, cuando llegamos a mi keli, mis viejos
habían
dejado papeo en el microondas. Tomates Jaritos. Tomates rellenos.
Rellenos de carne, que somos gente legal.
Tortitas de patata, que somos legales, pero no nos gustan
las mariconadas.
Total, que cuando terminamos, el notas y yo estábamos otra
vez tó tiraos.
De sueño, pero tó
tiraos.
Entraba tan bien, que antes de darnos cuenta, nos habíamos
metido un litro, y el pedo de azúcar nos duró hasta la presentación.
El notas iba tan puesto, tan en su mundo, que cuando
llegamos al garito, ni se dio cuenta de la que le había liado.
De que la presentación era en San Antón, el Canillejas de
Cuenca.
O a lo mejor sí, y por eso salió todo tan de puta madre.
Porque jugaba en casa.
El caso, es que cuando nos quisimos dar cuenta, el notas
estaba tocando la guitarra.
Como buen notas.
Y habían pasado tres
horas.
Antes, se lo había currado un huevo: había resistido mi
interrogatorio, dramatizado un pasaje, proyectado fotos de su barrio, comentado
la novela con la tribu, y firmado más ejemplares que “El vaquilla” en sus
buenos tiempos.
Eso sí, cuando terminamos, el notas y yo estábamos otra vez
hechos mierda.
Así que, después de aprovechar que estaba chutao para que me
firmase un cheque en blanco, el notas le hizo un puente a un coche de San Fernando,
y salimos cagando leches a papear con el resto de negritos.
Y antes que canta un soplón, estábamos de nuevo pedos.
Pedos porque, aunque la apuesta había sido arriesgada, todo había
salido de puta madre.
Pero ahora que han pasado dos semanas, empiezo a tener más mono que Tarzán….
Así que, ¿cuándo nos pasas otra papelina, notas?
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