Lo reconozco,
soy fanático de Tarantino.
Tanto, que medio en broma medio en serio, le propuse
a mi chica llamar Quentin a nuestro hipotético chucho.
Ni muerta, aunque
sea un hijo de perra.
¿Y al nuestro?
Tanto, que un
póster de Pulp Fiction preside mi salón.
Y mi pecho, una vez a la semana.
Sin embargo,
por más que he buscado en manuales y rebuscado en Internet, por más que he leído y releído a
clásicos y no tan clásicos americanos, más
allá de Jackie Brown y los diálogos de George V. Higgings, ningún pulp me parecía tarantiniano.
Ninguno, hasta
“El viento y la sangre”.
Una novela del
tres al cuarto de dólar que pasó sin pena ni gloria por los yanquioscos allá
por 1951.
Una joya.
Una puta
jodida joya, que diría algún maldito bastardo.
Pero empecemos
por el principio:
Por un perdedor
profesional llamado Daniel Morton, llegando a un pequeño y tranquilo pueblecito
de Dakota del Sur armado con una pistola, una botella de bourbon y un maletín con
veinte de los grandes para reconquistar el corazón de una preciosa prostituta
retirada de nombre Lorna Moore.
Y por Rudy
Bambridge, el hombre de confianza de Conrado Bonazzo, un poderoso capo de
Chicago, removiendo cielo y tierra, cieno y mierda, en busca de la hija secuestrada
de un testaferro de su jefe.
Dos antihéroes
condenados a encontrarse.
En apenas 150
páginas.
Pero 150
páginas de violenta y elíptica trama, de personajes carismáticamente definidos y
de frases afiladas.
Como una
película de Tarantino.
Una violenta y
elíptica trama de gángsters llena de engaños y pasiones, de entrañas y
traiciones, donde la acción, la cámara, salta continuamente de un personaje a otro, de un momento a otro,
hasta desvelar una intrincada “crook story” donde, como en Reservoir Dogs, nada ni nadie es lo que parece, y la sangre corre
a raudales fuera de encuadre, al igual que en el inolvidable baile del Señor
Rubio.
De personajes carismáticamente
definidos, entre los que destaca el frío y calculador Rudy Bambridge, un
solucionador de problemas de la misma camada que el mítico Señor Lobo.
Y frases
afiladas como una katana de Hattori Hanzo, que gracias a la deliciosa
traducción de Thalía Rodríguez y Alexis Ravelo conservan toda su agudeza, con un
lenguaje tan cuidado que ya quisieran para sí muchos crímenes perpetrados originalmente
en castellano.
Como muestra, una de mis favoritas:
—Antes te dije que te mataría y te
despedazaría, ¿verdad?
Vinnie asintió.
—Y te dije que si hablabas, te mataría
primero, ¿verdad?
Vinnie volvió a asentir con resignación,
casi con agradecimiento. Entonces, como si Lucifer se hubiera apoderado de él,
los ojos de Rudy dejaron de ser castaños y se tornaron de un color amarillento,
casi dorado, cuando dijo:
—Te mentí.
Pues bien,
como he sido muy bueno este año y el autor, del que sólo se sabe que no se sabe
nada, tiene otras cuatro novelas de Bambridge inéditas en España, me gustaría
que esta reseña sirviera como carta para que los magos de Navona me trajeran
alguna más antes de Navidad.
Porque Tarantino
rueda menos que un neumático cuadrado….
Y no me fío de
los reyes.
2 comentarios:
Que buena pinta!
Her
Nunca hubiera elegido por mi cuenta esta novela. El autor me suena como una actriz pechugona de pelis antiguas, Mae West creo, pero después de tu fantástica reseña la leeré.
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