Por Antonio (Mauricio Romero de
todos los) Santos.
Supongo que decir que esta novela
es una lectura embriagadora, es un juego ramplón. Pero cualquier cosa es
ramplona cuando se compara con el verbo irrefrenable de esta historia.
Y es que esta novela nos narra un ajuste de cuentas entre gitanos y
capos argentinos, pero no le haría falta contar absolutamente nada, porque
párrafo a párrafo es una obra de arte; toda completa, algo inefable.
En ella, el Charolito, un gitano de cheira
fácil, un Pijoaparte que jamás saldrá del mundo suburbial en el que nació y
marca su territorio tirando de faca, nos ayuda a sumergirnos, con una lírica
contundente, como si Umbral boxease con un puño americano, en lo más negro de
la novela negra. Carmelilla, el tío
Paciencias, el flaco Pimienta y un sinfín de personajes antológicos redondean
esta novela inolvidable e irreverente que no dejará indiferente a nadie.
Unos la dejarán antes casi de empezarla, otros
odiarán finalizarla. Yo me quedo con el juicio de su autor: “la novela es jodidamente buena”. Y os
regalo sus primeras líneas para acabar:
“El
Charolito sólo se fiaba de su polla. Era lo único en el mundo que jamás le
daría por el culo”. Con arreglo a esto, es posible imaginarle la noche de
autos.
PD: Cinco renglones de silencio por la soltería del santo de familia que milagrosamente (mes y pico ha
estado mareando la perdiz) ha obrado esta reseña.
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