Se llamaba
Anna Karlatos pero ya nadie la llamaba así. Había perdido por completo su
identidad, su dignidad… Llevaba veinte meses con ellos. Veinte meses de
pesadilla, malviviendo encerrada en una casa en la que encima tenía que oír
constantemente que era una privilegiada. ¿Privilegiada de qué? “Tienes suerte
de ser hermosa y deseada”, le solía decir Klaudia, no sin cierta envidia. La
polaca era la madame, la carcelera… Las seguía por
toda la casa como una sombra. Las obligaba a alimentase, a hacer ejercicio, a
pasar un rato en el solárium, a depilarse, a aprender castellano. “Pensad en
otras chicas. Sois unas desagradecidas… Aquí lo tenéis todo”, les recriminaba
cuando oía alguna queja. Anna había aprendido a vivir sin lamentarse. Al
principio lloraba cada día y Klaudia la hacía callar a bofetadas. Al poco
tiempo de comenzar su cautiverio, fue testigo de cómo metían en un cuarto a una
nigeriana que convivía con ellas. La llevaban a rastras. Tenía el rostro
hinchado. Los moratones y las rojeces apenas se distinguían a causa del tono
oscuro de su piel. Balbuceaba algo ininteligible. Al parecer había intentado
huir. Anna no volvió a verla. No eran muchas las que habitaban aquella cárcel.
Eso sí, todas guapas, muy guapas. Entre ellas no tenían relación. No estaba
permitido. “Esta tarde tienes una cita. Pasaré a media mañana. Manicura,
pedicura… Ya sabes, el ritual de siempre. Y alegra esa cara que esta noche
follas”, esa era la manera que la vieja Klaudia tenía de anunciarte que ibas a
volver a ser sometida. Que iban a abusar sexualmente de ti y que nada podías
hacer para impedirlo. Dejarte violar era la mejor opción. Dejarte, dejarte…
“Eres una hijadeputa”, pensaba Anna. “Ojalá llegue el día en el que te pudras
en el infierno, puta polaca de los cojones”. No podía entender cómo personas de
su mismo sexo podían implicarse en algo así. ¡Era una mujer! ¡Joder! En
aquellos momentos Anna sentía una gran impotencia… Una gran incomprensión.
Aquella mujer de piel arrugada no empatizaba ni un ápice con ellas. Era un ser
vacío. Perverso. Era un corazón negro. Como ella llamaba a toda esa gente.
Paradójicamente, a Anna la llamaban Bihotza. Corazón en euskera. Y se debía a
la forma que tenía un lunar en su pómulo derecho. A menudo, se acusaba de haber
sido un corazón negro en el pasado. Les había dado mala vida a sus padres y a
la abuela Luigina con sus exigencias y rebeldía. Con dieciocho años, tras
discutir con ellos, se largó de casa. Quería trabajar, pasaba de los estudios.
Por aquel entonces, la crisis estaba en su punto más álgido en Grecia, y sus
padres insistían en que no había trabajo y que debía estudiar duro. Muy duro.
Ella detestaba que le impusieran cualquier cosa, las obligaciones espoleaban su
alma guerrera. Y por eso se marchó sin dar explicaciones. Se marchó creyéndose
mayor… Creyendo que se iba a comer el mundo… Y el mundo acabó engulléndola. Si
no hubiese actuado así, si no hubiese tenido el corazón negro, ahora estaría en
Grecia… En casa.
Corazones negros, de Noelia Lorenzo.
Para saber
más, lee Aquí la reseña de la novela (http://casasahorcadas.blogspot.com/2019/08/corazones-negros-de-noelia-lorenzo-pino.html).
Y escucha la entrevista con la autora pinchando aquí,
a partir del minuto 51.
3 comentarios:
Estoy deseando oír a la autora en persona.
Gracias por traer a la autora a Cuenca.
Muy buena la novela y la autora
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(And really, it has NOTHING to do with genetics or some secret exercise and absolutely EVERYTHING about "HOW" they are eating.)
BTW, What I said is "HOW", and not "what"...
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