Me
llamo Cándido Blanco, y tanto en la infancia como en la juventud todo el mundo
me ha llamado Alba porque, decían, tenía porte de Grande de España y
terrateniente. Pero no es mi figura ni mi elegancia lo que les lleva a la
burla, pues aunque soy alto y delgado, también tengo unos hombros estrechos
entre los que apenas puede aposentarse mi poquito de chepa. La broma es más fina.
Lo
cierto es que soy el albino más “clara de huevo frito” que jamás existió, pues
si los demás suelen tener blanco pelo y piel blanca, alguna rojez les asoma en
párpados, encías y lengua. En mí todo es
blanco, inmaculadamente blanco, salvo el gris perla de mis ojos. Jamás cepillados,
mis dientes brillan blancos entre mis blancos labios. Mi sangre tampoco es
blanca, ni azul, quizá no tenga sangre. Las pocas veces que me herí rezumé un
líquido amarillo pálido como pus aguada. En las revisiones médicas del colegio
la gente de bata blanca se extrañaba, pero como siempre he tenido la suerte de
ser pobre de solemnidad, los matasanos contuvieron su curiosidad. No todo van a
ser desventajas en la miseria. Nunca estuve enfermo.
Por
todo eso me llaman el príncipe Alba. Hasta Araceli, mi novia para toda la vida
me llama así.
Manolo Polo
1 comentario:
Muy bueno Manolo, queremos saber que le depara la vida a Alba, porque a expensas de tu pluma todo le puede pasar al pobre hombre.
Amparo
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