Para ir preparando la vista del próximo viernes, el caso “Cosecha roja”, os dejo con los cargos que la fiscal Juana le imputa, y en unos días, con mis alegaciones en su defensa.
La última palabra, como siempre, la tendrá el insigne jurado popular de las “Casas Ahorcadas”.
Id preparando vuestro veredicto.
Esta novela, en mi opinión, es la antítesis exacta de un Simenon. Si en este autor los personajes, su psicología y forma de vivir acaparan toda la atención del autor, privilegiando esto sobre la acción,en “Cosecha Roja” domina una acción trepidante en donde los personajes no existen, no están ni esbozados. Leyéndolo he tenido la impresión de que me estaban contando una partida de billar. Los personajes, que son un gran lío de nombres, son como las bolas puestas encima del tapete, el detective es el que tiene una perspectiva clara de la posición de las bolas y maneja el taco, buscando hacer carambolas. El lector asiste al rodar continuo de esas bolas dando unas contra otras o avanzando simplemente en algunos terrenos para acabar en algún golpe maestro que permita mover varias bolas a la vez. En definitiva, bastante aburrido esto de asistir a un movimiento insustancial que como en el billar va dibujando figuras geométricas sobre un tapete (en este caso una ciudad). Pienso que como esta novela se publicó por entregas en una revista, Hammet no se molestó en crear personajes con una cierta consistencia.
Lo único que me ha interesado en la novela es la denuncia que de algún modo hay sobre el sueño americano. El sueño de que cualquiera puede volverse rico e importante al margen de su origen. Este tipo de novelas negras clásicas plantearon la pregunta de ¿a qué precio se accede al poder y a la riqueza?, pero en el caso de “Cosecha Roja” es una pregunta más teórica que otra cosa, algo que, sin embargo, en las películas del Padrino (no he leído la novela) está muy bien analizado a través de personajes muy consistentes.
El único momento que a mí me ha resultado interesante, pero que Hammet esboza y abandona enseguida, es el momento en el que, tras 16 asesinatos, el detective tiene un amago de depresión. Es el único momento en que un personaje de la novela cobra un poco de sustancia humana, interesa su reflexión sobre la idea de que matar es adictivo, reflexión efímera pero que permite, hacia el final de la novela, que el detective albergue dudas sobre si él ha podido asesinar a la chica, pero ahí lo resuelve con otra carambola más en lugar de plantearse el dilema moral que ello supondría y rehuyendo que su compañero que también alberga dudas se lo plantee.
Sólo hay cuatro personajes que tengan tan ligero esbozo que se diluyen:
1-El detective, del que sólo sabemos su habilidad para manejar el taco y el esbozo de un sentimiento.
2-Dinah Brand, mujer fatal porque nos lo dicen, pues resulta difícil ver en ella el menor poder de seducción. Sólo sabemos su afición al dinero y al alcohol. Cuesta pensar que alguien ha matado por ella. Su presencia está justificada porque es la que pone en marcha la estrategia del billar.
3-Eliu Willson, que debería ser un personaje interesante tipo Corleone, puesto que es el que ha montado todo un emporio sobre la nada y sobre el aplastamiento obrero, y resulta un personaje mal dibujado del que sólo sabemos que es un anciano vociferante y atemorizado.
4-Dan Rolff, que debería ser un personaje con enjundia, y sólo sabemos que está enfermo y enamorado. En definitiva será el que se enfrente a Max Thaler. Pero pasa por la novela sin pena ni gloria.
Los demás son nombres, bolas que ruedan sobre esa mesa de billar, que uno adivina que de estar trabajados: “El susurro”, el boxeador, Reno Starkey podrían haber sido interesantes pero que acaban siendo simples nombres de bolas que ruedan en inquietantes figuras geométricas.
1 comentario:
Juana, totalmente de acuerdo contigo, eres mi idolo, aunque no me gusta Maigret, que simpre flojea al final.
Amparo
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