Como ocurre con toda promesa, la mía de colgar otro cuento por reyes se ha convertido en deuda, y no queda otra que saldarla. Eso sí, en vez de agradecérselo a Sus Majestades de Oriente, soy más partidario de darle las gracias a sus camellos, que para eso fueron los que les consiguieron el incienso y la mirra.
Se trata de un texto bastante…peculiar, como ya ocurría con el que apareció junto al cadáver de Santa Claus, pues combinan personajes de Tristante y salem, por lo que, sobre todo en el caso de este último, están plagados de guiños y referencias intertextuales que, de no conocer las novelas de esos dos tipejos, a buen seguro os pasarán desapercibidos.
Así que, ya sabéis, si habéis sido malos, y los reyes no os han traído nada más que disgustos, mañana os pasáis por una librería y os hacéis con alguno de sus libros, que a buen seguro os encandilarán tanto como a mí, y si no…al menos hacen juego con el carbón que os dejaron Sus Majestades.
Yo también puedo escribir un jodido crossover literario
Para Salem, para que siga embrujándonos con su frescura y originalidad, sus novelas y su compañía.
Leía y releía los datos del sumario, pero todo seguía del revés, como esos personajes de dibujos animados a los que cogen de los pies para sacudirlos y sacarles la pasta. Sin embargo, alguna ingenua neurona de las pocas que me quedaban me decía que ese puto galimatías que era el Misterio de la Casa Aranda no era un total desconocido para mí, que alguna atrevida superviviente del neurogenocidio al que había sometido a mi cerebro, tras compartir mil y una noches con JB en vez de Sherezade , sabía algo del tema. Y tenía claro lo que debía hacer para ahuyentar al bueno de Alzheimer y acelerar el proceso de recuperación de archivos de mi viejo y malogrado disco duro.
Tenía que ir a un sex-shop.
Así es que levanté la vista del papel, guardé los folios desparramados por el escritorio en la carpeta, y me dispuse a abandonar mi triste oficina de inspector de policía venido a menos, cuando, inesperadamente, la puerta se abrió y alguien se coló tras ella, sin pedir permiso ni dar los buenos días.
Un tío de unos sesenta años mal disimulados, todo rayos uva y bisturí, que se ocultaba tras un bigote a juego con su pelo, ambos rubios cantosos, ambos de pega. Un viejo aspirante a Mortadelo, que ocultaba sus vergüenzas tras un traje blanco pero que a mí, que tengo un máster en disfraces comprados en los chinos de la esquina, no me engañó ni por asomo.
-Quiero poner una denuncia –dijo por todo saludo.
-Encantado de conocerle – respondí sentándome sobre mi mesa, pero sin hacer ningún gesto con el que invitarle a que hiciera lo propio sobre alguna de las incómodas sillas de Ikea que Jefatura había comprado para adornar mi zulo y asegurarse de que mis invitados no lo fueran por mucho tiempo.
-Quiero denunciar a este cabrón, por amenazarme e incitar a las masas al magnicidio.
Para evitar que el viejo espantapájaros siguiera disparando acusaciones y palabras grandilocuentes levanté una mano y finalmente decidí invitarle a sentarse con otro movimiento. Mi visita a la cabina del sex-shop tendría que esperar.
-A ver, como dijo Jack el Destripador, vayamos por partes- interpelé, en un intento por suavizar la situación a base de chiste prefabricado -. Quién es usted y de qué coño me habla.
-Mi nombre es…. Octavio Rincón y quería denunciar a este escritor de medio pelo por amenazar al rey e intentar asesinarlo en una novelucha de kiosko –respondió el rubio de palo mientras dejaba encima de la mesa un libro titulado Pero sigo siendo el rey, de un tal Carlos Salem.
Pero en cuanto vi el nombre del autor y le di un repaso a su indumentaria todo encajó en mi cabeza sin necesidad de pornografía.
- Yo pensaba que había dicho que el amenazado era usted- le pinché, tras haberme dado cuenta de su lapsus linguae.
El interpelado, empezó a removerse incómodo en su pequeña prisión de bricolaje sueco.
- Esto….¿he dicho eso? En realidad quería decir amenazar a su Majestad. Hasta dónde va a llegar este país, que ya no respeta ni al héroe que lo sacó de la dictadura.
Otro gesto mío interrumpió su vomitivo discurso patriótico.
-Bueno, señor…. Rincón- dije con un teatral titubeo.- Debo informarle de que este no es el lugar apropiado para este tipo de menesteres, si usted quiere poner una denuncia será mejor que vaya ahí enfrente y hable con Meléndez.
-Ya es la segunda vez que me marean en esta puta comisaría. Ustedes no saben con quién están tratando…. como esto siga así voy a llamar a una empresa mucho más eficaz que la vuestra….
Tras debatir un momento conmigo mismo decidí que sí, que el tío se lo merecía por cansino, mentiroso y gilipollas, de modo que, tras situarme a su lado mientras él seguía lloriqueando procedí a romperle la nariz con un derechazo del que habrían estado orgullosos desde el Trini hasta Roberto Esteban y el mismísimo Toni Romano.
Y mientras el sorprendido y aún más lloriqueante sesentón, que por la inercia de mi puñetazo había perdido la peluca, el bigote y miles de euros en cirugía plástica, recuperaba el aliento, sentencié:
-Esta es la propina por sus injurias, por amenazar a un inspector de policía y por intentar entorpecer a la justicia. Y en cuanto a lo de que no sabemos quién es usted, pues la verdad es que no engañaría ni a Rompetechos con ese disfraz. Porque no me ha costado nada reconocerle…es un ex-portero de fútbol metido a cantante, el patriarca de una dinastía de jode-tímpanos.
Y el renqueante viejo, desprovisto de la dignidad que su disfraz le confería, abandonó la estancia dejando un reguero de sangre que me preocupó más por el hecho de que no sabía cuanto tiempo tardarían en limpiar que por haber sido yo el causante del mismo.
El muy cabrón había intentado colármela. Pensaba que iba a lograr que empapeláramos a Salem con la excusa de que su tercera novela utilizaba como personaje a su Majestad Don Juan Carlos. Pero la verdad tras el discurso era que lo que realmente le jodía era que en su primera obra había especulado con que un par de personajes intentaban matar al puto viejo por destrozar los tangos de Gardel.
Sin embargo, se le había visto el plumero, y no tanto por mis increíbles dotes deductivas, sino porque yo mismo, que también aparecía como personaje, ya había intentado sin éxito la misma estratagema y, de inmediato, había sido bloqueada desde arriba por una mano negra. No en vano, se decía por ahí que del éxito de la novela dependía mucho más que el futuro de un escritor hispano-argentino y el de una pequeña y atrevida editorial. Que de las ventas de ese libro, que había hecho que miles de españoles recuperasen la simpatía por un estamento impuesto y caduco, dependía el futuro de la monarquía española.
No sabía qué habría de cierto en tales habladurías, pero sí me percaté de la velada amenaza del viejo, por lo que decidí poner protección a Salem por si acaso algún secuaz de “la empresa” decidía hacerse cargo del trabajo. Y crucé mentalmente los dedos para que Juanito se hubiese retirado como me prometió.
-¿Ros? Aquí Arregui. Quiero que mandes a dos policías de paisano para que vigilen la casa de Salem. … Sí, otra vez. No, ahora no es porque me apetezca pincharle el teléfono. Ah, y encárgate tú del caso Aranda que yo me voy de vacaciones. Y saluda a Lucía y María de mi parte. Hasta luego.
Y tras colgar, me dirigí presuroso a casa, donde supuse que Claudia me esperaría tras resucitar de la tumba de papel y tinta en la que el hijo puta de Salem la había metido. En ese momento, recordé cuando, hacía poco menos de un año, furioso tras enterarme de que ella era asesinada en sus libros, intenté joder al escritor. Mas, como el muy cabrón tenía agarraderas, y no pude enchironarlo, me di el placer de pasarme por su casa y romperle la nariz.
Me quedé tranquilo al saber que Ros, un inspector murciano que llevaba poco tiempo en Madrid pero que ya había demostrado su valía en el caso Médici, se encargaría del tema de los Aranda. Estaba seguro de que él sabría como resolverlo.
Y para acabar de sorprender a Claudia, para descansar y recuperar el tiempo perdido, reservé sitio en el camping nudista al que acudimos en nuestra atípica luna de miel, con la esperanza de que el viaje me ayudaría a olvidarme de escritores criminales, cantantes trasnochados y casas encantadas.
Mientras cerraba la puerta de mi despacho, no pude evitar preguntarme si sería cierto que la monarquía española dependía de Salem porque, de ser así, como solía decir mi alter ego literario, entonces podía darse por jodida
2 comentarios:
o
Vaya Reyes chulos,quiero más muchos más.
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