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jueves, 12 de mayo de 2011

Se ha escrito un (micro) crimen (2x08):

Más de uno, a estas alturas, debía de andar cavilando si, no sé si por fortuna o desgracia (supongo que eso, como todo,  va en gustos ), el pérfido coordinador de las Casas Ahorcadas había sido el siguiente  defenestrado del relato, y que tal vez la ficción se hubiese hecho realidad (algo que, por otra parte,  explicaría el que la novia cadáver tenga siempre esa voz tan chunga, a medio camino entre lo megafiestero y ultraterrenal, y vaya arrastrando su bibliocarrito de acá para allá como una zombi), ergo  este vuestro blog había pasado, así mismo,  a mejor vida.
Chorradas.
La verdad es que me atropelló un camión de reparto (de libros de Crepúsculo, para más INRI) y que, desafortunadamente,  no todos los venidos al mundo en Nochebuena tenemos igual pericia en el noble arte de resucitar…así que me ha costado más de un mes volver a las andadas.
En fin…que ya estamos aquí, aunque nos haya costado un óvulo de pollo y parte de otro, y que lo hacemos con el vigor propio de su avícola primo del Zumosol,  el ave Fénix, pues además de continuar nuestro micro relato, adelanto, para que los que quieran puedan empezar a darle al magín y la tecla, que en breve vamos a publicar las bases de un concurso para premiar al culpable de perpetrar el menos de 500 palabras el mejor desenlace para nuestro querido microcrimen.
Pero antes, ahí va la penúltima entrega microcriminal, cortesía del gran Joe Álamo, que nos mima tanto que se merece un monumento.
O un buen psiquiatra.

Leila Vindel, arqueóloga, guapa, inteligente y adicta a la absenta y al Camel sin filtro, contempló la estatuilla, que había colocado encima de la mesa de su cocina. Había retirado los paños con los que solía cubrir la figura y se deleitaba en el suave brillo oscuro que despedía. Prendió fuego a un Camel y se sirvió otra absenta con todo el ritual que mandan los cánones: cucharilla agujereada con terrón de azúcar, agua helada y un pulso a prueba de bomba. Dio un trago largo a la bebida mientras repasaba lo que había descubierto poco antes: habían registrado su casa.
 Cuando abrió la puerta esa tarde, la encontró revuelta, hecha un auténtico desastre. Sin embargo, no habían encontrado lo que buscaban. Se rió para si misma.
 ¿Quién iba a sospechar que el objeto del deseo de tantos era utilizado de porta trapos en una cocina de apenas 6 metros cuadrados?
 Apagó el cigarro, acarició la figura y la volvió a cubrir. Sabía que tenía que hacer algo. Podían no haberla encontrado pero volverían, eso seguro. Y cuando lo hicieran, estaría esperándoles y haría que se arrepintieran de haberse acercado a ella.

Continuará…gracias a vosotros.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Buena noticia la nueva entrega, se ha hecho esperar y es de agradecer. Animaros al concurso, que hay que darle un final a esto. Y el curso que viene más y mejor.

HadaTraviesa dijo...

Miedo me da!! Sé me había escapado esa faceta enigmática de Leila, no me puedo ni imaginar lo que pueda ocurrir ... el desenlace promete.