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domingo, 7 de enero de 2018

Un detective vidente negro y un lector de género negro invidente (y encima, de Cuenca)


 Caminaba por la estrecha acera de la calle San Francisco, tratando de digerir la frustrante experiencia del Florines, cuando una voz me llamó la atención.

—¿Te gustaría cambiar tu suerte?

Eso era precisamente en lo que iba pensando, en mi triste destino y la remota posibilidad de cambiarlo algún día. Alcé la mirada y allí, junto a la única entidad bancaria del barrio, me encontré con un vendedor de cupones. No era el ciego que acostumbraba a parar en San Francisco, sino otro más joven, un chaval rubio de aspecto simpático. Me detuve junto a él, bajo un balcón que nos resguardaba de la lluvia que volvía a caer.

—Pues sí, justo venía dándole vueltas a eso. ¿Cómo lo has adivinado?

—Los ciegos no podemos ver, pero tenemos el resto de los sentidos muy desarrollados, y cuando he oído que te acercabas, he pensado: “este africano necesita un empujoncito y yo se lo voy a dar vendiéndole el próximo cupón premiado”.

—¿Cómo has sabido que soy africano?

—Ha sido una cuestión de instinto, cómo te diría yo… Algo así como una especie de percepción extrasensorial basada en las vibraciones que desprendes. Y, sobre todo, tu forma de hablar. En cuanto uno de vosotros abre la boca, se delata él solo. ¿De dónde eres?, ¿de Senegal?

—No, de Burkina Faso. Seguro que no has oído nunca el nombre de mi país.

—Pues la verdad es que no.

—¿Y tú? No te había visto nunca antes y por tu acento tampoco pareces de aquí.

—Yo soy de Cuenca. Me imagino que te suena lo mismo que Burkina Faso a mí, ¿me equivoco?

—Pues no, no te equivocas.

—Entonces, empate —sonrió—. Cuenca es la ciudad más bonita de España, aunque no sea tan conocida como se merece. Me llamo Sergio, ¿y tú? —preguntó, ofreciéndome la mano.

—Touré —respondí.

A pocos metros de nosotros, en su lugar favorito de reunión, había un grupo de yonquis, entre ellos Manuel, el barbudo al que le gustaba tanto el flamenco. No estaban rayándose con ningún diálogo de besugos, como era lo habitual, sino que permanecían mirándonos en silencio, más atentos a nuestra conversación que a cualquier otra cosa.

—Y como muestra de hermandad entre habitantes de pueblos infraconocidos… ¿No vas a comprarme un cupón? —lo intentó Sergio.

—No.

—Bueno, pues entonces, como muestra de lo que tú quieras. Tengo el cupón normal, el cuponazo, los sorteos especiales…

—No malgastes tu tiempo, estoy pelado.

—¡Cómo sois los de este barrio! ¡Todos ponéis la misma excusa!

—No es una excusa, es la pura verdad, pronto te darás cuenta. Aquí no vas a vender nada, mejor si lo intentas en el Bilbao Blanco.

—¿En el Bilbao “Blanco”?

—Sí, donde los blancos son mayoría, fuera de San Francisco. A este barrio le llaman la Pequeña África, así que imagínate… Aquí apenas hay gente autóctona, solo unos pocos, demasiado pobres para irse a cualquier otro lugar. Y esos, ya te digo yo que prefieren gastarse en borracheras las cuatro monedas que tienen, no van a venir a comprarte un cupón. El resto somos inmigrantes y aún estamos peor, nosotros sí que no tenemos ni para un cartón de vino. Créeme, en estas calles no vas a ganar ni un céntimo. Al contrario, es más fácil que te manguen lo que lleves encima. Si te descuidas, pueden quitarte hasta el bastón —le advertí, viendo que lo tenía como a un metro de distancia, apoyado contra la pared—. Mejor harías yéndote a otra parte —concluí, mientras le acercaba aquella vara blanca fabricada de algún material sorprendentemente ligero.

Observé a los yonquis de reojo. Ya habían perdido su interés por nosotros, ahora estaban concentrados en acompañar con las palmas a su líder, Manuel, que empezaba a canturrear con tono quejumbroso una pena muy honda, los ojos cerrados y las manos abiertas hacia el cielo, dándolo todo a pesar de la lamentable arritmia de sus palmeros.

—Nosotros no elegimos el punto de venta —me respondió el ciego—. Cada uno se las arregla donde le toca, a mí me ha tocado aquí y tendré que amoldarme. De cualquier forma, Bilbao es mucho más grande que Cuenca, así que algo caerá.

Me asombró su ingenuidad. Un tipo tan inocente iba a durar muy poco en la Pequeña África. Hasta me dio lástima, pero vaya, que bastante tenía yo con lo mío, no iba a sufrir por ningún vendedor de cupones. Seguro que aquel pardillo probaría en cualquier momento un bocado de la cruda realidad, entonces cambiaría de opinión y se las ingeniaría de algún modo para salir de allí. Reparé en el auricular que llevaba en un oído.

—¿Estás escuchando música?

—Música no, literatura. Tengo un aparato especial que me lee las novelas —se llevó la mano al bolsillo interior de la chamarra. ¿Quieres probarlo?

—No he leído un libro en mi vida.

—Pues deberías intentarlo. Yo los devoro, uno detrás de otro, sobre todo las novelas negras, esas en las que suceden crímenes, y aparecen policías, detectives… Cosas de ese tipo, ya sabes… —yo qué iba a saber—. Ahora, como me ha tocado venir aquí, estoy aprovechando para leer a algún autor bilbaíno. Por ejemplo, acabo de descubrir a un tal Abasolo. Tiene un personaje llamado Goiko, un exertzaina con muy mala hostia que se recicla en detective privado. La verdad es que me tiene enganchado… Creo que a ti también te gustarían sus novelas.

—Me suena el nombre de ese escritor, pero conmigo lo lleva claro. A mí no me hace falta recurrir a la ficción, ya tengo de sobra con los ertzainas de verdad, por ejemplo esos cabrones que patrullan San Francisco. Cuanto más lejos esté de ellos, mejor.

Miré hacia el cercano puesto de control de la calle Cantera, con el temor de haber hablado demasiado alto, y reconocí a dos tipos de paisano charlando con sus colegas uniformados. Eran Etxebe y el Calvo, viejos conocidos míos, especialistas en joder mi triste existencia, y ya solo faltaba que me hubiesen oído… Terminé poniéndome nervioso, decidí largarme de allí cuanto antes.

—Por lo que me estás contando —dijo Sergio, ajeno a mis paranoias—, este barrio sería un buen lugar para ambientar una novela negra. ¿Todavía no se le ha ocurrido a nadie?

 
Piel de topo, Jon Arretxe. Erein, 2017.


2 comentarios:

firestarterqnk dijo...

Sin duda alguna,Sergio,un buen barrio para escribir novelas,pero no una sola.
Y en Cuenca? Donde ambientarian Sergio y Jon una novela negra?

firestarterqnk dijo...

Un gran barrio para escribir novelas,pero no una sola ;-)
Y Sergio y Jon,donde ambientarian una novela en Cuenca?