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miércoles, 15 de octubre de 2014

Un chute de "Yonqui"

Mi novia puta y un colega menos (Un jodido fiordo noruego)



Desde mi ventana, el barrio presentaba ese jodido paisaje gris de todos los días. Podía ver a los chavales jugar al fútbol en el descampao. Otros estaban sentaos en los terraplenes, fumando y con cara de malas ideas. Yo había jugado a hacer desaparecer la resaca esnifando de un bote de pegamento como si me fuera la vida en ello. Cuando terminé, el mismo paisaje gris me pareció un jodido fiordo noruego, y eso que jamás había visto uno.
Cuando se me pasó el pedo, bajé a la calle. En la puerta de la bodega me encontré con el Conejo y el Chino. Compré un litro de cerveza y ellos se hicieron un porro.
—¿Cómo lo llevas, Botas? —dijo el Chino.
—De puta pena, tronco. ¿Cuándo te han soltao?
—Ayer, pero me como el marrón. Mi hermano ha dicho que no tengo nada que ver en el robo, pero los maderos no se lo han creído. El abogao, dice que me como un año de correccional fijo.
—Qué palo. ¿Y cuándo será eso?
—No sé, dicen que cuando salga el juicio. Puede tardar un mes o un año.
—¿Y tu hermano y sus colegas?
—En el trullo, de preventivos hasta el juicio, menuda mierda.
—Bueno, no lo pienses, tronco. ¿Nos hacemos unas cabinas?
—Puta madre —dijo el Conejo—. Pero nos vamos a otro barrio, aquí ya nos tienen más vistos que el tebeo.
Nos fuimos hasta la carretera de Vicálvaro. Fichamos un Citroen GS nuevecito. Abrimos la puerta con una tonta y le hice el puente. Salimos a toda hostia y no paramos hasta la primera cabina en Vicálvaro. Nos hicimos cinco. El Chino tenía un sistema infalible: maza y cortafríos. El Conejo vigilaba y yo les esperaba con el carro en marcha. Nos hicimos con mil duros, compramos unas cervezas y nos fuimos al Canciller, una sala de rock. Dejamos el carro abandonado cerca de Ventas. Estuvimos escuchando música y bebiendo. Buscamos al Brujo, que era el camello del Canci, y pillamos anfetas y jachís. Después pillamos un taxi y nos fuimos a la Gran Vía a ver a las putas. Cuando doblamos por Ballesta vi a la Charo. Llevaba minifalda, medias de rejilla e iba pintarrajeada como cualquiera de las putas. La Charo era del barrio.
¡Joder! La Charo era mi novia. Bueno, o algo parecido.
El Conejo y el Chino se quedaron pasmaos. Más que por ver a la Charo, por ver el careto que puse. Y el que puso ella.
Me fui hacia la esquina con una mala hostia que pa qué. La trinqué del brazo y la zarandeé.
—¿Qué coño haces aquí, me lo quieres explicar?
—¡Déjame, Botas, vete a la mierda!
—¿Como que me vaya a la mierda? ¿Qué hay de lo nuestro?
—Lo nuestro es una mierda, igual que todo. Mi madre está enferma y mi hermano es un yonqui de mierda. ¿Me vas a dar tú todo el dinero que necesito?
—¡Sabes que siempre te he ayudao en lo que he podido, joder. Lo último que esperaba era verte aquí!
Las voces habían alarmado al personal, así que pronto nos vimos rodeados de las otras putas y de gente morbosa con vidas vacías. No le vi venir, pero un nota gigante me cogió de la cabeza y me alzó a pulso. Yo pataleaba y de vez en cuando le acertaba una patada en el pecho. Fue el Chino el que sacó el estilete y le empezó a dar puñaladas en los costados. Me metí una hostia contra el suelo en cuanto me soltó. Me incorporé y le metí una patada en los huevos. El Chino seguía clavándole el estilete, como si estuviera pinchando un melón o algo así. Finalmente, el nota cayó al suelo sobre un charco de sangre. A esas alturas, la gente y las putas gritaban como si las puñaladas se las hubiesen dado a ellos.
—¡Le habéis matao, hijoputas, le habéis matao! —gritaba la Charo.
—¿Es tu chulo? —le pregunté.
—¡Estáis como una puta regadera, joder!
—Agua, Botas —dijo el Conejo.
Salimos corriendo y solo paramos cuando nos hubimos alejado lo suficiente. Yo llevaba a la Charo agarrada del brazo. Se le había corrido el rímel y la pintura de los labios. Estaba preciosa. Vale, era una puta, pero estaba preciosa. Al menos no podría volver a la misma esquina.
Cogimos un taxi y nos fuimos al barrio. La Charo dijo que no podía plantarse en el barrio con esas pintas, pero no la hicimos caso. Me llamó hijo de puta. Le di un par de hostias. Ella se echó a llorar. Le metí dos talegos en el bolsillo de la minifalda sin que se diera cuenta. La llevamos hasta el portal de su casa. Después engañamos al taxista y le quitamos la recaudación en una calle apartada. Teníamos pasta, pero era la costumbre. Se quiso hacer el valiente, aunque se le bajaron los humos en cuanto vio al Chino con el estilete en una mano y el cortafríos en la otra. La culpa fue suya por saltarse la estricta norma de los taxistas: no entrar nunca en nuestro barrio. Al final se fue y nosotros nos comimos las anfetas que nos quedaban. Después, compramos un litro en la bodega y nos hicimos un peta en un banco del descampao.
—Vaya putada, Botas —dijo el Conejo.
—¿Vosotros lo sabíais?
El Chino y el Conejo se miraron y bajaron la mirada. No hizo falta que me contestaran.
—Pasa de ella —dijo el Chino.
—Voy a por una papelina de caballo —dijo el Conejo.
Al rato estábamos calentando la cucharilla. El primer pico se lo dio el Conejo. Antes nos había comentado que solo había una chuta y nosotros sabíamos que pincharnos con la misma tenía sus riesgos. Pero eran las dos de la mañana, a ver dónde coño conseguíamos otras dos. En esos momentos no piensas en lo que te pueda pasar. Solo piensas en el jodido caballo entrando por las venas. Y en que eso es lo que hay. Eso o nada. Así que me até la goma al brazo y me metí el pico. Cuando el caballo entró por la vena ya no había Charo. No había barrio, no había nada, ni miseria ni desesperanza. Flipé como solía hacerlo y después me quedé dormido. Soñé que vivía en una casa grande, en una montaña nevada con vistas a un lago enorme. Otra vez el jodido fiordo noruego. Lo mismo en otra vida había sido vikingo, vaya usted a saber.
Cuando desperté, el Conejo estaba zarandeando al Chino.
—¿Qué pasa, tronco?
—¿Que qué pasa? ¡Este no se despierta, tío! ¡La hemos cagao, joder, la hemos cagao!
No soy médico, nunca llegaría a serlo. Pero no hacía falta ser muy listo. El Chino estaba blanco, con los ojos abiertos y frío como el mármol.
A su entierro fuimos el Conejo, los padres del Chino, cinco o seis personas que no conocía y yo. También iba a ir la Charo, pero más tarde me enteré de que tenía un servicio. Al hermano del Chino no le dieron permiso para ir a darle el último adiós a su hermano.
¡Hijos de puta!
La había palmao a los dieciséis. Por unos momentos me pregunté que por qué él y no el Conejo o yo. A veces pensaba, pero pensar me daba mal rollo. Como mal rollo me dio ver a la vieja del Chino gritando y a su viejo rígido, con la mirada perdida. Su madre perdió los papeles cuando los currantes cerraron la lápida. Le metió un jamacuco y se la tuvieron que llevar en una ambulancia.

El Conejo me dijo que le acompañara a dar un palo, pero me fui a mi casa. Lloré en silencio. Me abrí un tercio de cerveza y me fumé un porro. Después estuve un buen rato esnifando pegamento. Los pensamientos desaparecieron de mi cabeza como por arte de magia. Al mirar por la ventana, el barrio volvió a parecerme un jodido fiordo noruego.

martes, 7 de octubre de 2014

Presentación de Yonqui



Ahora que Adolfo Suárez ha pasado a mejor vida, y el rey a la mejor imposible, me he percatado de que muchos de los nacidos en democracia sabemos más, bastante más, de Felipe II que de González, del Tratado de Utrech que de los pactos de la Moncloa, y de la España grecorromana que de las calles de nuestros padres, si me permitís el tributo al maestro Ledesma.
 No sé si porque se trata de historia demasiado reciente para los libros de Historia, o porque la LOGSE es tan mala como dicen los que tripitieron 8º de EGB, pero me temo que así es.
Sea como fuere, ya se sabe que la Historia nunca la escriben los perdedores, y menos el “Yonqui” de Canillejas al que cede la palabra Paco Gómez Escribano en su última novela, donde retrata desde dentro dos de las mayores lacras de la Transición: la drogadicción y la delincuencia juvenil.
Nuestro cicerone por el infierno de la jeringa será un quinqui conocido como el Botas, pero que pasa tanto tiempo entre el caballo y el mono, que deberían haberle apodado Calzaslargas. Un antiheroinómano de padre muerto por cirrosis, hermano capút de hepatitis, hermana hippy missing, madre alcoholizada y novia fulana.
Y claro, con semejante percal, este perro callejero opta por huir hacia adelante: esnifando para encontrar razones para respirar, chutándose para no hacerse mala sangre, fumando petas para olvidar que no hay nada para llevarse a la boca, metiéndose rayas para no rayarse, robando y trapicheando para pagar los vicios, todo el tiempo con la pasma en el retrovisor de coches mangados,  Leño en el radiocasette y speed en las venas,  viviendo al día, y muriendo colegas todos los días.
Porque las pagaran o no, las drogas siempre pasan factura.
Así es la vida del Botas, y así nos la cuenta: con su lenguaje, con su argot. Con sus bugas y sus kelis, sus pipas y sus notas, logrando tal naturalidad y verosimilitud  que el resultado es más literario que si lo firmase un académico de la lengua. Porque un licenciado de la calle con más horas de comisaría que de escuela, no escribe, transcribe, habla. Así es, y así debe ser.
Con este, su primer “Thriller quinqui”, como el autor gusta en llamarlo, Paco Gómez Escribano se destapa no sólo como un escritor de raza, sino también como un avezado lector de género, que se aleja de los clásicos del hard-boiled, de los Chandlers y los Hammetts, para adentrarse en el lado más marginal del crimen literario, erigiéndose en uno de los escasos hijos putativos ibéricos de Edward Bunker y George V. Higgins, en un apasionante y veraz cronista de nuestros bajos fondos.
Porque estamos ante una obra con el ritmo de un pasapáginas y la carga crítica de una novela social, escrita con la autenticidad del que ha vivido lo que cuenta, y el pulso de un juntaletras que conoce bien su oficio.
Tan adictiva que cuando termines, tendrás síndrome de abstinencia.
Si quieres probar la mercancía, pásate por aquí este fin de semana, que al primer chute invitan las Casas.


Atrévete, y seguro que el 17 vendrás por más.

miércoles, 1 de octubre de 2014

And the winner is....





Después de la más larga y disputada deliberación de la breve pero intensa historia de nuestro club de lectura, en la que tomaron parte nada más y nada menos que 30 negritos, pero hasta que no se pronunciaron los tres últimos cualquiera, repito, cualquiera de los finalistas podría haber resultado ganador, la tribu de las Casas Ahorcadas, ha decidido que el premio Planeta 2015….digo el Tormo Negro 2014 vaya para….

(Imagínese aquí el sonido lento y malrollero de un corazón palpitante)

¡Alexis “el pollito” Ravelo, por” La estrategia del pequinés!
Felicidades al ganador, por el premio más limpio y menos dotado del  género negro patrio.
Y a los finalistas, desearles más suerte el próximo curso… o que investiguen mi número de cuenta.

Una pista: Ravelo la sabe.



domingo, 14 de septiembre de 2014

UNA DE NOIRNOTICIAS


 

Para ir calentando motores antes de la primera presentación  del curso, qué mejor que una de  noirticias de última hora:
 
-Alexis Ravelo, flamante Hammett 2014, se ha soltado la melena (y con el corte que gasta, tiene mérito) y acaba de hacer público que la apasionante novela  de M. A. West que hace unos meses recomendamos, “El viento y la sangre”, en realidad es obra del entrañable canario negro. Y tanto se curró la movida….¡que hasta le creó una biobibliografía a su pseudónimo! Para saber por qué y más, echad un vistazo a esta estupenda entrada (http://alexisravelo.wordpress.com/).

 
-Acaba de salir a la calle  “La Revolución secreta” (Al revés editorial, 2014), la nueva novela del hiperactivo e hipercreativo Claudio Cerdán, que antes de mudarse a la fría Suecia (donde amenaza con buscar la tumba de Larsson y aliviar sus tripas sobre ella) nos traslada a una gélida y remota aldea siberiana en plena revolución rusa para esclarecer unos sanguinarios asesinatos que los paisanos  atribuyen al demonio y el maestro, un misterioso cazador de monstruos con alzacuellos, asegura  que son obra de un licántropo. Una novela tremendamente transgresora y maravillosamente pulp, a caballo entre la fantasía, la historia y el crimen, repleta de acción y giros inesperados, con la que el yeclano negro vuelve a asombrar a propios y extraños por su imaginación desbordante y versatilidad estilística. Imprescindible.

 

-Y para terminar…. una de premios: durante las últimas semanas se ha hecho público el ganador del VIII premio RBA , que en esta ocasión ha recaído sobre el británico Lee Child por la décimo novena entrega (seguro que bajo plica) de la exitosa serie protagonizada por Jack Reacher; el XVII premio Francisco García Pavón  que ha ido para Alfonso Vázquez por  su novela de intriga y humor “Crimen on the Rocks”, El XVIII premio Ciudad de Getafe con el que se ha alzado la escritora y filósofa argentina (mezcla explosiva donde las haya) Solange Camaüer , por la obra “Sabiduría elemental”,  y el II premio de la diputación de Valencia que ha conseguido nuestro querido Juan Ramón Biedma con un pastiche holmesiano en clave gótica con el perturbador título “Tus magníficos ojos vengativos cuando todo pase”.

 

Y ahora que sólo queda un premio por fallar, todo el Planeta editorial   se ha puesto mirando pa Cuenca preguntándose… ¿y el Tormo? . ¿Quién será el Tormo Negro 2014?

El veredicto… el 4 de Octubre.

miércoles, 27 de agosto de 2014


LA ÚLTIMA TUMBA
ALEXIS RAVELO
PREMIO “GETAFE NEGRO 2013”
  Por Luis Clemente


 La novela plantea el desarrollo del concepto crueldad en sus diferentes caras dentro de una línea difusa, por la que igual el odio se descarga directamente sobre las víctimas, como en lo que éstas representan, y que a la postre, será el vehículo que intente restituir el desequilibrio de un sistema corrupto, saltándose En este caso a los emblemáticos defensores del pueblo, como policías, detectives, abogados y periodistas, protagonistas en los inicios de la novela negra. Todo ello montado con un estilo literario que no permite digresiones y que encamina al lector por una serie de escenas y secuencias que no dan lugar al descanso, y que si a eso le sumamos que no se trata de un libro “milhojas”, nos encontramos que en un abrir y cerrar de ojos, nos hemos puesto en la última página, cosa que es de agradecer.

El argumento nos presenta a un excarcelado en Las Palmas (novela con territorio), “donde los pobres fingen ser de clase media y los privilegiados se disfrazan de proletarios y que pasar de la completa miseria al de la más absoluta opulencia es solo cuestión de caminar por los barrios que pueblan sus laderas”. Aquí, Adrián Miranda, nada más salir del talego, va a investigar por su cuenta quién fue el autor del crimen que se le imputó y que le llevó al trullo durante vente años, los mejores de su vida. Es un personaje muy bien diseñado y mejor llevado al papel, con un enfoque en donde el aspecto psicológico prima, pues, sin llegar al bipolarismo, se puede hablar que en él confluyen dos tipos muy diferentes: uno el que se reinsertó modélicamente en la prisión y el otro, el macarra que de repente se apodera del primero. Dos tipos que el mismo reconoce que son incontrolables y que ambos desembocarán en la venganza, porque si, a veces, el discreto, el que lee a Galdós y para quien “Misericordia” está escrita para los de abajo y que no hace falta ser culto para entenderla (al contrario son los de arriba quienes no la entienden), llega a pensar en renunciar y reconstruir la vida, el otro, el impulsivo, se le echa encima, y viceversa, cuando el macarra piensa que no merece la pena seguir, el intelectual le insufla odio y rabia. Todo ello se enmarca en un baile de políticos, policías corruptos (aspecto éste que ya lo incluyó el autor en su anterior novela, “la estrategia del pequinés”), pelotazos urbanísticos y, particularmente, sus consecuencias más inmediatas: ensanchar el abismo entre ricos y pobres, y en una segunda visión, la dramática vigencia de los estragos de la droga en el mundo suburbial y, de paso, la situación de penados condenados injustamente. Pero no conviene entrar en detalles argumentales, porque cada uno de ellos puede destripar el suspense que esconde la obra. Y, a pesar de que saber el quid de la cuestión no es lo más importante (lo importante es la trama social que se encaja en los hechos en sí, conviene que el lector aborde virginalmente la lectura y que disfrute con el misterio.

El resto de los personajes también los podemos contemplar desde diferentes planos, con lo que el lector puede darse una idea precisa de sus físicos y personalidades, pero, es obvio que no llegan a dibujarse con la definición que requiere el protagonista. Quizá, el que más puede conectar con el lector sea Tomás, hermano de Adrián, que, a pesar de chupar poca tinta, su fidelidad le dé el tono melodramático que requieren estas obras para compensar la violencia que llevan, tanto de manera explícita como implícita.

Finalmente, apuntar que, dentro del estilo, cabe destacar el ritmo con descripciones sobrias pero suficientes, el lenguaje adecuado con cierto regusto de localismos, el diálogo que en los momentos finales alcanza un alto nivel de viveza, y la primera persona narrativa que, a modo de diario o cuaderno de notas, le imprime fuerza y verosimilitud. Y si bien, puede dudarse que un ex macarra pudiera conseguir el nivel literario que se presenta al lector, también podemos pensar de algún filtro intermedio, pues en los momentos finales, Adrián se excusa ante la posibilidad de que se pudieran dar errores gramaticales en el relato. Son dignas de mención sus reflexiones acerca de la familia, la educación, de los políticos, de la cárcel, de la falsedad social y, en especial, de la violencia, motivo fundamental de la novela, por la que nos presenta al crimen como un medio y no como un fin, y a las personas como seres a quienes bien merece “la pena hacerles daño para conseguir dinero, poder, satisfacción sexual o que te dejen dormir tranquilo”.

miércoles, 20 de agosto de 2014

Fiat lux, una revista escrita por y para incondicionales del crimen.



Hace poco poco tiempo, en una ciudad bastante bastante lejana llamada Gijón, conocí a un periodista muy muy atípico … un periodista de sucesos .
 Se llamaba (y por fortuna todavía lo hace) Javier Manzano, y formaba parte (y espero que por mucho tiempo lo haga) de la revista Fiat lux. Un tipo callado y discreto para tratarse de un plumilla (que uno está acostumbrado a pegarse por el micro con proverbiales mudos del gremio como Salem y Márquez), pero que cuando habla sube el pan y no baja por la garganta, como cuando nos dio una pequeña clase (teórica, por suerte) de cómo envenenar al prójimo y no morir en el intento, con mi vaso de agua como ejemplo.
 Y claro, después de semejante demostración, a ver quién es el guapo que le dice que no colabora con la web de su revista y no le echa un vistazo a su último número….
Un número con mucha chicha y bastante ketchup, más crímenes por página que Cosecha Roja y más interesante que la “Muy interesante” escrito por y para incondicionales del crimen, que me ha hecho caer rendido a sus pies ….¡y  sin cianuro! 
Cómo no rendirse ante una revista que conjuga artículos tan curiosos como el que versa sobre las técnicas policiales para la prevención de la delincuencia con reseñas tan estupendas como la que el gran Carlos Zanón dedica a la última novela del maestro  Julián Ibáñez (por cierto, quedaros con sus nombres, que si nada lo impide, el próximo curso serán víctimas de las Ahorcadas), una entrevista con una agente especializada en la caza de fugitivos con otras con autores de novela negra de primer nivel, la delirante biografía del monje Shaolin de Bilbao con la de un anarquista navarro que a punto estuvo de colapsar un banco alemán,  reportajes sobre el facineroso día a día  de bandas de ladrones colombianas que operan por todo el mundo con una apretada agenda con los eventos negroculturales más importantes del país.
Por eso, ¡ya  estoy maquinando el desembarco de Fiat Lux por las Ahorcadas!
¡Me pido beber del mismo vaso que Manzano!
Por las moscas…y las lombrices.


lunes, 11 de agosto de 2014

¿QUIÉN SERÁ EL PRÓXIMO PREMIO PLANETA?

Tribu, como ya es costumbre al finalizar el curso,  el señor de Planeta y amo del Mundo editorial patrio os necesita.
Como muchos sabéis, después de que el Tormo Negro, que distingue a la mejor novela criminal leída por las Casas Ahorcadas, recayera en Lorenzo Silva primero y en Víctor del Árbol después, en los mentideros se rumorea que el señor Lara confía en  nuestro criterio.

Así pues, os recuerdo los finalistas del Planeta 2014, en riguroso orden de lectura:



Alexis Ravelo, por “La estrategia del pequinés”.


J. E. Álamo, por “El enviado”.


Jon Arretxe, por “Shahmarán”.


David Llorente, por “Te quiero porque me das de comer”.