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martes, 1 de octubre de 2019

Un aperitivo del Bobo


 

 Para los que ya tengáis hambre de lobo, aquí os dejo la portada y un aperitivo para ir abriendo boca. Pero no cualquier aperitivo, hemos tirado las Casas por la ventana y os hemos preparado un surtido de Ibéricos, ¡no os quejaréis!   

 

EL NUDO DE LOS TRES CERDITOS

 
―¡Abre, lobo!

Despierto sobresaltado. Casi me caigo del susto. Me había parecido que una voz porcina me llamaba entre sueños. Sería una pesadilla…

Bah… da igual. Me muero de sueño. Así que, si me disculpas, voy a seguir sobando, total, no tengo gran cosa que contarte. Y tienes miles de historias más interesantes que la mía para leer.

¡POM! ¡POM! ¡POM!

¿Qué es eso? Parece una puerta a punto de venirse abajo. Y no cualquier puerta.

Mi puerta.

―¡Abre, lobo! ¡O soplaré y soplaré y tu puerta derribaré!

―Márchate, no hay nadie.

Al momento, me doy cuenta de que he metido la pata.

Hasta el fondo.

Pero como no hay mal que por bien no venga, los oink oink oink que escucho confirman mis sospechas.

Mis peores sospechas.

Al otro lado de mi puerta, tronchándose de risa, se encuentran los tres cerditos de Chorizo Ibérico. Los hijos del mafioso más peligroso de toda la ciudad.

Mi casero.

Y le debo el alquiler. Varios meses de alquiler.

—Si no hay nadie, entonces ¿quién contesta?, ¿eh, bobo? ¡Que eres un lobo bobo!

Lectoras y lectores, damas y caballeros, tengo el dudoso honor de presentaros al insufrible, al inaguantable, al insoportable Chuleta Ibérico. Y como de costumbre, me está sacando de mis casillas. Porque si algo me toca el hocico, es que me llamen bobo.

—El contestador automático de Quentin Pulp —improviso para no dar mi pata a torcer.

—¿Las casas tienen contestador, Chule?

El cochino que flipa es Jamón Ibérico. Todo músculo, nada cerebro. Lo típico, cuando solo coges los libros para hacer bíceps.

—Esta casa sí. Es lo último en informágica. Lo último de lo último, lo más de lo más ―recito con tono de vendedor anunciando su producto estrella.

—Déjate de chorradas, lobo, que te huelo desde aquí. Y abre. ¡O soplaré y soplaré y tu puerta derribaré!

Y por último, pero no por ello menos inquietante, tenemos a Morcilla. Y es que Morcilla tiene fama de ser la más chunga de los tres cerditos.

Y la que más se repite.

—No son chorradas. A que tu casa tiene número, buzón y timbre para avisarte cuando llaman, igual que tu espejito. ¡Pues esta casa además tiene contestador automático!

—¡Quiero uno! —salta Jamón, que se ha tragado hasta la última coma de mi trola.

—Pues, si quieres poner un contestador automático a tu casa, no tienes más que ir a…

¡PLAF!

La puerta se viene abajo de un pezuñazo de Morcilla.

¡Así cualquiera! Con soplidos como esos, a mí tampoco hay puerta que se me resista, ¿no te fastidia?

Eso sí, en mi vida vuelvo a desearle a nadie que le den morcilla.

Palabra de lobo.

En efecto, aquí tenemos al huesudo y larguirucho de Chuleta tocándome el hocico, como siempre. Y como siempre, viste con traje y camisa blanca, que contrastan con su piel negra como el carbón.

 

—¡Vaya pocilga! Sniff sniff, aquí huele a perro muerto.

—A lobo vivo, si no te importa.

—Si no pagas el importe que nos debes, puede que sí nos importe y que al final seas tú el que cobre, ¿eh, Chule?

Morcilla sonríe y hace honor a su nombre, embutida como va en un vestido transparente que le marca todo el tocino.

—¿Pagar qué? ¿Una falda de tu talla o un trasplante de cerebro para tu hermanito el musculitos? ¿Por qué no se los pedís al cerdo de vuestro padre y me dejáis dormir tranquilo? Con lo que nos saca de alquiler el muy chorizo, seguro que puede permitírselo.

La sonrisa de Morcilla se congela. Su sangre se calienta y toma carrerilla para derribarme de un soplido de los suyos…

Suerte que Jamón la agarra del hombro. Y que lo que los jamonazos de Jamón agarran, no se suelta así como así.

Jamón es un marranazo negro de dos metros de ancho por dos de alto. Mazado, tatuado y con camiseta de tirantes, para que todos veamos lo mazado y tatuado que está.

Igual que yo, si me pasara todo el día en el gimnasio sudando como un cerdo.

—Relájate, Morci. Recuerda que papá nos dijo que viniéramos a saludar, no a despedirnos del bobo.

—Qué detalle. Pues la próxima vez, casi mejor no os molestéis en saludar, ¿vale? La puerta os lo agradecerá. Y yo más.

—Déjate de puertas, gilipuertas. Si en una semana no tienes las tres mil perdices que nos debes, olerás a lobo muerto, ¿lo pillas, bobo? ¿O te dejo la explicación en el contestador? —se burla Chuleta.

—Oink oink oink —se recochinean los tres cerditos, marchándose por donde han venido.

La choza queda en silencio. Como un funeral. Y será mi funeral si no consigo la pasta.

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