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viernes, 17 de febrero de 2017

LOS MISTERIOS DE LA GATA HOLMES


 
Los misterios de La gata Holmes, Jiro Akagawa.
Por Sergio Vera Valencia.
Reseña originalmente publicada en Elemental, el blog de novela negra de El País.

 

Desde pequeño, siempre he odiado al inspector Gadchett.

Me tocaba mucho las narices (por no decir bastante más abajo) que nadie en toda la puñetera serie se diera cuenta de que le faltaba un verano y dos o tres inviernos. Que todos pensaran que ese retrasado (¿cómo podía tener tantos chismes y tan pocas luces?), desbaratara él solito todos los malvados planes del tío raro ese de la mano de metal y el gato blanco que daba grimilla, cuando los que le sacaban siempre las castañas del fuego  eran su sobrina la coletas y su superperro naranja.

Por eso, al principio La gata Holmes me tiró un poco para atrás. Porque al principio el detective Katayama, sin ser tan lerdo como el inspector multiusos, no era un lumbreras precisamente.

De hecho, se nos presenta como un policía sin actitudes ni aptitudes, sin vocación ni intuición. Un investigador sin instinto que se marea con la sangre. Un  tipo incapaz de hablar con las mujeres, al que su tía  trata de citar con chicas de buena familia para ver si lo coloca.

Por suerte, eso es sólo al principio, porque luego, el bueno de Katayama se destapa como un investigador sagaz  y un personaje con el que terminas encariñándote, cuando le encargan vigilar la residencia de una Universidad femenina de Tokio. La residencia donde vivía una chica recientemente asesinada. La misma donde se sospecha que algunas de sus estudiantes están ejerciendo la  prostitución.

Y claro, como suele ocurrir en estos casos, y nunca mejor dicho, pronto empezarán a sucederse los misterios y los fiambres.

Misterios como el de la desaparición de todo el mobiliario de una sala de la residencia.

Y fiambres como el decano, que un buen día amanece desnucado en una habitación cerrada a cal y canto por dentro.

Ya, no hace falta ser John Verdon para  saber lo que estáis pensando. ¿Qué  carajo tiene esto que ver con el gabacho de los dibujos?

No mucho, en realidad. Solo que el difunto decano tiene una gata con más olfato que el sabueso, e irá dando pistas a Katayama para resolver el asesinato de su amo, el misterio de habitación cerrada  más original que he leído Nunca.

Porque sí, amigos, por si todavía no lo habían sospechado, estamos hablando de una novela enigma. Una de esas deliciosas historias policíacas repletas de sorpresas y vueltas de tuerca, que pese a la inusitada inteligencia del felino, no llega a caer en la inverosimilitud (al menos, no más que los clásicos del género) y juega limpio con el lector, sin escamotearle datos ni tenderle pistas falsas  (al menos no más que al propio detective).

Un misterio que me ha hecho disfrutar como un enano y recordar a ese enano que se leía de tirón las novelas de Agatha Christie.

Pero  no sólo eso. Porque además de una absorbente trama que te mantendrá pegado a sus páginas (y prometo que ni es una forma de hablar, ni es sencillo lograrlo con el que suscribe), la obra tiene momentos cargados de humor (algo peculiar, dicho sea de paso) y un personaje carismático como pocos: la gata que da título a la novela.

Y es que, es increíble la fuerza narrativa de este minino, pese a que  ni habla ni apenas aparece. Porque cada vez que entra en escena (algo que estaremos deseando) logra, sin dejar de actuar como un animal, resultar más humano y perspicaz que la mayoría de los detectives que me vienen ahora a la mente.

Por eso, no me extraña que Holmes sea uno de los personajes más queridos del género en Japón, donde esta prolífica serie, que lleva la friolera de cuarenta y siete entregas, es un auténtico fenómeno, con millones de ejemplares vendidos y adaptaciones al cómic, la televisión y los videojuegos.

En resumen, si te gustan las novelas de misterio a la antigua usanza, y te apetece pasar un buen rato sin buscarle tres pies al gato, no lo dudes, llévate a Holmes a casa.

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