Pero ninguno hasta la fecha (y ya
van unos cuantos) ha precisado de tanta planificación como el de Carlos Salem.
Es lo que tienen las estrellas….
Que están más solicitadas que los Planetas.
Y pasaron las semanas y los meses,
las lecturas y las reuniones, los paquetes de tabaco y los sustos hospitalarios,
los correos al autor y las llamadas al amigo, los pedidos a editorial y los
repartos a domicilio, hasta que llegó el viernes pasado, el viernes señalado.
Mucho trabajo, sí, pero también
mucha satisfacción, por tener el privilegio de escuchar al maestro (no conozco
a nadie que hable tanto sin repetirse, que diga tanto y siga teniendo tanto que
decir), hablar de lo divino y lo humano, del pasado y el futuro, de novelas
escritas y por escribir, de amigos y enemigos, de sus proyectos y los míos.
Y así durante horas y horas, de
la tarde a la mañana, durante la comida y la presentación, la cena y el
desayuno.
Y es que es imposible no caer rendido
ante el embrujo de Salem.
Especialmente si, como la inolvidable
noche del viernes, el maestro toma el micro y recita sus conjuros de amor y
sexo, palabras tan mágicas que es inevitable quedar encantado.
Entonces, sólo entonces,
entiendes porqué tantas princesas rosas suspiran por un pase privado con el
brujo negro.
Que tiemblen Potter y Rowling, porque
la magia de Salem amenaza con hechizar el mundo.
Como Cuenca, el viernes pasado.
Por algún sitio había que empezar.
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