Para los que ya tengáis
hambre de lobo, aquí os dejo la portada y un aperitivo para ir abriendo boca.
Pero no cualquier aperitivo, hemos tirado las Casas por la ventana y os hemos
preparado un surtido de Ibéricos, ¡no os quejaréis!
EL NUDO DE LOS TRES CERDITOS
―¡Abre, lobo!
Despierto sobresaltado. Casi me
caigo del susto. Me había parecido que una voz porcina me llamaba entre sueños.
Sería una pesadilla…
Bah… da igual. Me muero de sueño.
Así que, si me disculpas, voy a seguir sobando, total, no tengo gran cosa que
contarte. Y tienes miles de historias más interesantes que la mía para leer.
¡POM! ¡POM! ¡POM!
¿Qué es eso? Parece una puerta a
punto de venirse abajo. Y no cualquier puerta.
Mi puerta.
―¡Abre, lobo! ¡O soplaré y soplaré
y tu puerta derribaré!
―Márchate, no hay nadie.
Al momento, me doy cuenta de que
he metido la pata.
Hasta el fondo.
Pero como no hay mal que por bien
no venga, los oink oink oink que escucho confirman mis sospechas.
Mis peores sospechas.
Al otro lado de mi puerta,
tronchándose de risa, se encuentran los tres cerditos de Chorizo Ibérico. Los
hijos del mafioso más peligroso de toda la ciudad.
Mi casero.
Y le debo el alquiler. Varios
meses de alquiler.
—Si no hay nadie, entonces ¿quién
contesta?, ¿eh, bobo? ¡Que eres un lobo bobo!
Lectoras y lectores, damas y
caballeros, tengo el dudoso honor de presentaros al insufrible, al
inaguantable, al insoportable Chuleta Ibérico. Y como de costumbre, me está
sacando de mis casillas. Porque si algo me toca el hocico, es que me llamen
bobo.
—El contestador automático de
Quentin Pulp —improviso para no dar mi pata a torcer.
—¿Las casas tienen contestador,
Chule?
El cochino que flipa es Jamón
Ibérico. Todo músculo, nada cerebro. Lo típico, cuando solo coges los libros
para hacer bíceps.
—Esta casa sí. Es lo último en informágica. Lo último de lo último, lo
más de lo más ―recito con tono de vendedor anunciando su producto estrella.
—Déjate de chorradas, lobo, que
te huelo desde aquí. Y abre. ¡O soplaré y soplaré y tu puerta derribaré!
Y por último, pero no por ello
menos inquietante, tenemos a Morcilla. Y es que Morcilla tiene fama de ser la
más chunga de los tres cerditos.
Y la que más se repite.
—No son chorradas. A que tu casa
tiene número, buzón y timbre para avisarte cuando llaman, igual que tu
espejito. ¡Pues esta casa además tiene contestador automático!
—¡Quiero uno! —salta Jamón, que
se ha tragado hasta la última coma de mi trola.
—Pues, si quieres poner un
contestador automático a tu casa, no tienes más que ir a…
¡PLAF!
La puerta se viene abajo de un
pezuñazo de Morcilla.
¡Así cualquiera! Con soplidos
como esos, a mí tampoco hay puerta que se me resista, ¿no te fastidia?
Eso sí, en mi vida vuelvo a
desearle a nadie que le den morcilla.
Palabra de lobo.
En efecto, aquí tenemos al
huesudo y larguirucho de Chuleta tocándome el hocico, como siempre. Y como
siempre, viste con traje y camisa blanca, que contrastan con su piel negra como
el carbón.
—¡Vaya pocilga! Sniff sniff, aquí
huele a perro muerto.
—A lobo vivo, si no te importa.
—Si no pagas el importe que nos
debes, puede que sí nos importe y que al final seas tú el que cobre, ¿eh,
Chule?
Morcilla sonríe y hace honor a su
nombre, embutida como va en un vestido transparente que le marca todo el
tocino.
—¿Pagar qué? ¿Una falda de tu
talla o un trasplante de cerebro para tu hermanito el musculitos? ¿Por qué no
se los pedís al cerdo de vuestro padre y me dejáis dormir tranquilo? Con lo que
nos saca de alquiler el muy chorizo, seguro que puede permitírselo.
La sonrisa de Morcilla se
congela. Su sangre se calienta y toma carrerilla para derribarme de un soplido
de los suyos…
Suerte que Jamón la agarra del
hombro. Y que lo que los jamonazos de Jamón agarran, no se suelta así como así.
Jamón es un marranazo negro de
dos metros de ancho por dos de alto. Mazado, tatuado y con camiseta de
tirantes, para que todos veamos lo mazado y tatuado que está.
Igual que yo, si me pasara todo
el día en el gimnasio sudando como un cerdo.
—Relájate, Morci. Recuerda que
papá nos dijo que viniéramos a saludar, no a despedirnos del bobo.
—Qué detalle. Pues la próxima
vez, casi mejor no os molestéis en saludar, ¿vale? La puerta os lo agradecerá.
Y yo más.
—Déjate de puertas, gilipuertas.
Si en una semana no tienes las tres mil perdices que nos debes, olerás a lobo
muerto, ¿lo pillas, bobo? ¿O te dejo la explicación en el contestador? —se
burla Chuleta.
—Oink oink oink —se recochinean
los tres cerditos, marchándose por donde han venido.
La choza queda en silencio. Como
un funeral. Y será mi funeral si no consigo la pasta.