Al contrario que Luis y Babe (y crucemos los dedos para que a nadie se le ocurra la feliz idea de reanimarlos), el microcrimen está de vuelta (¡el día del trabajo, para que luego digan!) gracias (¡mil!) Al gran Óscar Urra, primer cuervo (pluma negra, ¿lo pilláis?) en colaborar con nosotros este año.
Esperemos que no sea el último (ya me encargaré yo de coaccionar juntaletras, atípica especialidad de la casa), y que rematemos esta segunda micronovela antes de fin de curso, a ser posible, tan bien como esta sexta entrega.
-¡Sepan cuantos –aulló súbitamente-, que a mí me pagan por intuir lo que vosotros, cretinos, no podéis ni oler!
Los aludidos dieron un prudente paso atrás.
-Y yo intuyo esto –añadió, bajando la voz y la mirada hacia el collar del perro muerto: bajo la hermosura de los nacarados dientes, enredado en el pelamen, refulgía en sangre un pequeño barrilete de madera. Asensio manipuló el barril, que, ante el asombro de todos, se abrió para dejar caer un papel doblado hasta el retorcimiento. Mientras lo desplegaba con cuidado, los cuellos se estiraron para poder captar algo de lo escrito.
Pero Asensio leyó en voz alta, sonriendo con suficiencia, como si entendiera lo que allí ponía.
Estiro tu canto muy cerca de aquí.”
Un estupor meditabundo adensó el aire de la habitación.
¿Y? – objetó al fin, incrédulo, Max.
-¡La nota nos propone ir al bar Calderón!- exclamó Carolina, mordiéndose los nudillos de emoción- : tiene una maqueta, réplica de sí mismo, dentro de él; y el símbolo del calderón, como sabréis, sirve para alagar notas musicales.
-Ya lo sabía –masculló, asqueada, la agente especial Asensio -: ya lo sabía…
Continuará
¡¡Genial Oscar, gracias!! Ahora sí ¿Quién se va a resistir a participar en nuestro microcrimen zeta? No perdais esta segunda oportunidad que el futuro ganador del tormo negro (ya tiene mi voto, incluso sin striptease) nos ha brindado. ¡Venga, venga que hasta que no escribais todos yo no puedo!
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