Ahora que Adolfo
Suárez ha pasado a mejor vida, y el rey a la mejor imposible, me he percatado de
que muchos de los nacidos en democracia sabemos más, bastante más, de Felipe II
que de González, del Tratado de Utrech que de los pactos de la Moncloa, y de la
España grecorromana que de las calles de nuestros padres, si me permitís el
tributo al maestro Ledesma.
No sé si porque se trata de historia demasiado
reciente para los libros de Historia, o porque la LOGSE es tan mala como dicen
los que tripitieron 8º de EGB, pero me temo que así es.
Sea como fuere,
ya se sabe que la Historia nunca la escriben los perdedores, y menos el “Yonqui”
de Canillejas al que cede la palabra Paco Gómez Escribano en su última novela, donde
retrata desde dentro dos de las mayores lacras de la Transición: la
drogadicción y la delincuencia juvenil.
Nuestro cicerone
por el infierno de la jeringa será un quinqui conocido como el Botas, pero que
pasa tanto tiempo entre el caballo y el mono, que deberían haberle apodado
Calzaslargas. Un antiheroinómano de padre muerto por cirrosis, hermano capút de
hepatitis, hermana hippy missing, madre alcoholizada y novia fulana.
Y claro, con semejante percal, este
perro callejero opta por huir hacia adelante: esnifando para encontrar razones
para respirar, chutándose para no hacerse mala sangre, fumando petas para
olvidar que no hay nada para llevarse a la boca, metiéndose rayas para no
rayarse, robando y trapicheando para pagar los vicios, todo el tiempo con la
pasma en el retrovisor de coches mangados,
Leño en el radiocasette y speed en las venas, viviendo al día, y muriendo colegas todos los
días.
Porque las pagaran o no, las
drogas siempre pasan factura.
Así es la vida del Botas, y así
nos la cuenta: con su lenguaje, con su argot. Con sus bugas y sus kelis, sus
pipas y sus notas, logrando tal naturalidad y verosimilitud que el resultado es más literario que si lo
firmase un académico de la lengua. Porque un licenciado de la calle con más
horas de comisaría que de escuela, no escribe, transcribe, habla. Así es, y así
debe ser.
Con este, su
primer “Thriller quinqui”, como el autor gusta en llamarlo, Paco Gómez
Escribano se destapa no sólo como un escritor de raza, sino también como un
avezado lector de género, que se aleja de los clásicos del hard-boiled, de los
Chandlers y los Hammetts, para adentrarse en el lado más marginal del crimen
literario, erigiéndose en uno de los escasos hijos putativos ibéricos de Edward
Bunker y George V. Higgins, en un apasionante y veraz cronista de nuestros
bajos fondos.
Porque estamos
ante una obra con el ritmo de un pasapáginas y la carga crítica de una novela
social, escrita con la autenticidad del que ha vivido lo que cuenta, y el pulso
de un juntaletras que conoce bien su oficio.
Tan adictiva
que cuando termines, tendrás síndrome de abstinencia.
Si quieres
probar la mercancía, pásate por aquí este fin de semana, que al primer chute invitan
las Casas.
Atrévete, y seguro
que el 17 vendrás por más.
Yo repito.lo leo por segunda vez.
ResponderEliminarGenial reseña.
Hasta el diecisete
Her