Vamos,
que se cambia el vestuario, se pinta los morros y se lanza a la calle, a
aguantar al primer tipo repugnante dispuesto a pagar por sexo y sentir que una
tía es, al menos por un rato, de su propiedad.
Siempre
me hizo gracia Pretty Woman.
Una
mujer que entra y sale de la prostitución cuando le da la gana y como le da la
gana, y encima encuentra el amor verdadero… Me pregunto de dónde sacarán esas
historias los guionistas del cine y la televisión.
Sé
que si las cuentan es porque venden más y porque así lavan las conciencias de
mucha gente.
De
los clientes, que siempre quieren sentirse limpios, pero son los que sostienen
el negocio, para empezar.
De
la sociedad, que mira para otro lado y es cómplice de lo que sufren ellas.
De
quienes las explotamos, que intentamos justificar lo injustificable…
No
hay prostitución que se ejerza libremente, eso es radicalmente falso.
Tanto
la prostitución como la trata para la explotación sexual se ejercen por
distintas circunstancias que vuelven muy vulnerables a las mujeres y que
nosotros aprovechamos sin dudar. La feminización de la pobreza, la precariedad
tan presente en sus vidas, sus necesidades económicas o emocionales las
convierten en presas muy fáciles de manipular.
Más
aún cuando se cruzan en el camino con especialistas en el arte del engaño.
Como
nosotros.
Como
yo.
El
proxeneta, Mabel lozano. Al revés, 2017.
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