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viernes, 22 de julio de 2011

Panoirjírico

Gijón, a últimos de julio, se viste de largo para celebrar, alegremente enlutada, su vigésimo cuarta Semana Negra.
Diez días en que la capital asturiana, coqueta, se sabe observada, en boca de todos, como una mujer en la plenitud de su belleza.
Diez días en que se erige en el mayor templo al crimen literario en habla hispana, en un lugar de peregrinación obligada para los devotos del género, de cualquier género.
Un maldito lugar mágico, donde miles de visitantes son poseídos por el espíritu de la palabra.
Donde, cada año, multitud de juntaletras reciben su bautizo de tinta y se hacen un nombre.
Donde muchos han recibido su primera comunión sin hostia, o su confirmación literaria.
Donde otros tantos se han dejado rondar por las editoriales hasta entonar el “Sí, quiero”.
Donde se ha dado la extrema unción a toda clase de tópicos sobre el género negro y la literatura popular.
Donde se trata con idéntico cariño a un premio Cervantes que a un zumbado de la Mancha.
Donde puedes comer churros con el último Planeta y salir de copas con un astro del Times mientras un chino trata de endosarte dos pulseras y un CD de David Bisbal.
Un lugar que no os podéis perder, y donde os perderéis de mil amores.
Felicidades, Gijón, y que cumplas muchos más.
¡Larga vida a la Semana Negra!

domingo, 17 de julio de 2011

EL MANUSCRITO DE NIEVE: HISTORIA, FICCIÓN Y REALIDAD



Por Luis Clemente.

Fernando de Rojas, con el título de Bachiller en Leyes recién estrenado, investiga en la Salamanca de 1.498 por encargo del maestreescuela, una serie de crímenes con simbología iniciática relacionados con la Universidad. Identificado ideológicamente con el lado bueno de la ley, se empeña en que los casos no queden impunes, valiéndose de varias vías que, hilvanadas con cierta credibilidad y aderezadas con elementos típicos del género negro, como interrogatorios, pesquisas, reconstrucciones de sucesos, pasos en balde y todas esas vueltas que la investigación acarrea, acaban con la confesión del delincuente.

El estilo es directo, sencillo, con una visión exhaustiva de las banderías que campeaban en la ciudad. Las digresiones históricas se encargan de mostrar unos hechos por los que se puede reconstruir la vida, la sociedad y la arquitectura salmantina de la época, que es precisamente, la misma de la infancia del Lazarillo. Quizá, en lo tocante al dato histórico, cabe decir que a veces resulte excesivo, sumergiendo al lector en un tráfago farragoso por el que puede llegar, si no es avezado, a perder interés. Sin embargo, dentro de este aspecto, pueden salvarse las reseñas biográficas dedicadas a “María la brava”, “La Latina” y San Juan de Sahagún, que a pesar de ser algo extensas, están bien ensambladas en la trama, proporcionando un adecuado juego novelesco. Asimismo, es notable el acierto de la creación literaria del personaje de Lázaro González, un alter ego del Lazarillo, que a modo de confidente del bachiller Rojas, es el encargado de introducirlo en los ambientes de la picaresca. Este truco sencillo, que imprime más verosimilitud a la narración, encaja la realidad intratextual en la extratextual, sirviendo para, entre otras cosas, recrear entornos, en especial los de la Plaza Mayor, justo aquellos por los que Lázaro deambula, como el mesón de “La Solana”.